El siglo
pasado (XIX) nos ha dejado un debate pendiente: ¿que es mejor? lo publico o lo
privado. El debate sigue activo y se ha convertido en una especie de mantra que
defienden todos los partidos políticos del mundo. Los de izquierdas: lo público; los de derechas: lo privado.
En todos
los países que conozco algunos políticos aceptan dinero a cambio de conceder
una obra pública a una empresa, en lugar de dársela a la empresa más barata o a la más buena o a la más
rápida. Esto es intrínsecamente malo y sus efectos se conocen en todo el mundo: corrupción.
Yo voy a
romper una lanza a favor de los políticos. No me creo que tantos se metan a robar. Estoy seguro de que la
culpa de la corrupción no es del todo suya. La causa de la corrupción y uno de
nuestros problemas más grandes es que lo público siempre cuesta diez veces más de
hacer: "...yo comparto una parte de este sobre coste si tú me das más
obras...". Esta afirmación es fácil y no parece un delito.
El ser
humano es ambicioso por definición, y esta característica es una de las que
todos los head hunters se pondrían de acuerdo en que es positiva.
Antes, el que
se metía en política era porque quería, o por la casualidad, tal vez, hacía que nuestros políticos
fueran los mejores, como pretendíamos. Hoy en día debe ser difícil ser un
buen político, y evitar los beneficios que genera el sobre coste de las obras
públicas, y redirigirlos a su bolsillo o al de su partido político.
Tenemos
que cambiar esto: "si algo cuesta x, será x si es privado o 10 * x si es
público". Debemos equilibrar ambos costes, lo público tal vez puede resultar
algo más caro pero solo por efecto del control adicional necesario y porque lo público
debe estar bien por definición, porque le sirve a todo el mundo, cueste lo que cueste. Y ese sobre coste por ser público no debe ser una bola de nieve: cada vez más grande.