El médico golpeó su
martillo contra el hueso de su rodilla y en
un acto reflejo ella no pudo evitar subir la pierna y esbozar una sonrisa.
Después de repetir la operación en la otra rodilla, con idénticos resultados,
el médico se levantó y se dirigió a su mesa.
- Ya puede ponerse los zapatos.
Mientras ella se
sentaba, bajando sus ojos a una altura razonable, el médico empezó a leer su
informe.
- El electro está bien, los análisis son
normales, todas las pruebas que le he pedido en los últimas semanas son
normales, ¡goza usted de una excelente salud!
Había elegido con
cuidado su sujetador y la blusa semi transparente que llevaba.
El médico levantó
la vista y miró su pelo rubio recogido en un precioso moño detrás de la cabeza;
después sus profundos ojos, grandes y azules; su sonrisa estaba adornada con
unos dientes blancos y perfectos; no pudo dejar de mirar el espectáculo que
ella había preparado y no pudo evitar hacerle una pregunta:
- ¿Para qué ha venido a verme?
Imperceptiblemente,
la comisura de sus labios subió unos milímetros, y pudo responder,
- Una amiga me dijo que era Ud. muy bueno,
doctor. Soy Ana, por cierto, ¿aceptaría tomarse una copa conmigo?
Tenía un buen
expediente, había ido a curso por año, y ahora empezaba el MIR con un buen
número, su padre estaba orgulloso.
Durante estos años había mantenido su
relación con Juana, pero en un segundo plano. Todavía no podía perdonarle del
todo la reacción que tuvo cuando se enteró de que estaba tonteando con Clara.
Estuvo a punto de olvidarse de ella. Fue en tercero y por muy buena relación
que tuvieran sus dos familias, por muy predestinados a casarse que estuvieran,
él tenia derecho a ver otras opciones y disfrutar un poco de la vida, al
menos para sobrellevar un poco la vida
monacal que su padre le había convencido de tener.
Casi por despecho a
la reacción de Juana, había visto muchas más veces a Clara y acabó descubriendo
eso que era tan bueno, que hasta se sorprendió, no sabiendo si se trataba solo de
Clara, o con Juana o cualquier otra iba a ser igual.
Juana nunca supo
que estuvo a punto de acabar con su relación. Nunca le contó a Juana lo que
estaba haciendo. A partir de Clara, el sexo se convirtió en algo necesario para
él.
Llegó a casa sobre
las nueve y su mujer le saludó con un beso, su hijo bajó por las escaleras
corriendo para darle un beso a su papi. Su boda fue fantástica, su hijo nació sano y
la consulta que había montado por las tardes iba viento en popa. Cada vez tenía
más pacientes y eso les había permitido mudarse a un adosado elegante. Se
sentía muy satisfecho con su vida, en todos los aspectos.
Juana había oído a
su marido pronunciar el nombre de Ana en sueños. Asustada, después de repetirse
una y otra vez que eran tonterías suyas, se lo confesó a su madre buscando
ayuda.
- Tienes dos opciones, o te aseguras de que
está pasando lo que crees y lo despides, o ignoras lo que está pasando hasta
que se termine y consigas ocupar su lugar de nuevo.
Juana despreció la
opinión de su madre esta vez y se decidió a averiguar de qué se trataba.
Algunos días seguía a su marido por las tardes. Descubrió que la consulta cerraba
los miércoles.
Se acordó de Clara y la llamó. Había pasado mucho tiempo y Clara sintió
curiosidad, todavía se acordaba de aquella época. Quedó con Juana a
comer.
Hablaron, cosa
extraña, como viejas amigas y, sobre todo por lo que no se dijeron, Juana
descubrió que durante la carrera pasó lo peor que podía pasar. Juana odiaba
darle la razón a su madre, pero pronto tomó su decisión.
Esa noche vieron las
noticias en la tele, cenaron y una película. Juana le contó que había ido a la
peluquería, y el enorme horno que había visto, que había comido con una amiga.
Se fueron a la cama.
Esperó a que su
marido se durmiera, luego bajó la mano debajo de la cama y cogió el martillo.
Después del primer martillazo que le partió
los huesos de su cabeza, él no pudo evitar
levantar sus brazos para intentar protegerse. Al tercero ya casi no se movía.
Su vida no tenía
sentido sin él. Cogió cinco pastillas del frasco, bebió agua del vaso que había
sobre su mesilla de noche, se las tragó y repitió la operación varías veces.
Apagó la luz y se acurrucó junto al cuerpo de su marido, manchando de sangre su
pelo. Ya nadie podría quitárselo, se dijo, de nuevo ocupaba su lugar.