Las máquinas tragaperras, su sonido, su luz, las máquinas, esperando que su suerte les juegue una buena pasada y consigan que alguien se siente delante a alimentarlas.
Ellas comparten su sitio con los niños que pasean con sus padres, ignorantes que las máquinas empobrecen. Aquí no hay enganche, es imposible quedarse en una, hay que ponerse en otra diferente y en otra más,... Así es imposible sentirse atrapado y los destrozadores de fortuna se convierten en meros jugadores en busca de un jugador.
Ahí esta ese filet mignon, acompañado por unos espárragos, contemplando como van cayendo las zanahorias, la salsa, la patata asada y el filete, bocado a bocado. No quedará nada, inexorablemente, lentamente, sin vergüenza.
Aquí en Las Vegas no hay pets, animales de compañía, que se quedan de vacaciones en sus jardines mientras sus dueños y sus hijos se van a ver a las máquinas y su música.
Sin embargo existen algunos animales. Esa morsa, no sé si alcanzan ese tamaño en libertad, que está triturando el filet mignon, con sus 140 kilos de peso, tan rubia, tan segura de su papel, que devora lentamente su plato diario de forraje animal, a 80 dólares el plato.
Aquí hay unas señoras vestidas de oscuro, muy elegantes, con su enorme escote, sus resaltadas tetas y sus minifaldas. Todas maquilladas parecen señoras dignas de ser atendidas, pero no. Los clientes son niños, barrigas con bermudas, morsas descansando de comer, mujeres planas, delgadas, en general feas, largas y sin arreglar, grandes armarios,.... Ni se fijan en las elegantes señoras que llevan vasos de palomitas para atender las indigestiones de las máquinas.
¡Y el camarero! Salido de su más pura representación, sus gestos estudiados y aprendidos, su correcta pronunciación en francés de los platos y los saludos políticamente correctos. Exhibe una barriga debajo de algo que, ojala fuera escritor para saber cómo se llama, yo le llamaría mandil. ¡Qué correcto, que educado!
Sin embargo, claro, siempre existen clases, ahí está el sumillier, supremo dios del francés, el restaurante del filet mignon. Su mandil es negro, de piel de canguro para poder incubar los tapones de corcho sacados con gesto indiferente pero importante. ¡Cómo es la postura abriendo la botella!, ¡Cómo la forma de verter y preguntar al señor por la calidad del vino! ¿Lo habré visto antes? El vino, por definición de vino industrial es imposible que esté mal y solo se llama vino por ser francés el restaurante. El señor solamente lo es por pagar 80 dólares por plato.
¡Claro!, no es que lo haya visto antes, es que se parece al de la película, no me preguntes cuál, del italiano de pelo gris claro, no canoso, sino teñido, que se empeña en hablar inglés perfecto como si fuera americano, cuando todo el mundo sabe que, con ese pelo, piel y segunda piel en forma de traje solamente puede ser italiano.
En mi ciudad había una fuente. Una fuente hecha por un ingeniero inspirado y precoz, y única en el mundo, un espectáculo visto innumerables veces en mi niñez, no lo apreciaba entonces sino por lo que aseguraban los mayores, hasta mi madurez, en donde he podido comprobar que tenían razón, espectáculo fantástico, agua, música y color.
Cuando uno ve reproducidos a tamaño casi real París o Nueva York o Montecarlo (Monte Carlo, por cierto), todos juntos pegados y enlazados por una montaña rusa, aquí no se llama así o no estarían pegados por eso, es fácil entrar en un hotel de diez mil habitaciones y esperar que después de ver los cuadros de Dalí o de Picasso que se han visto comprados a un precio que les ha permitido pagarse el lujo del viaje desde donde fueron creados, la fuente debería estar ahí, trasladada o reproducida.
Pero no, no es igual, no tiene colores, pero es más grande. También es más hortera, pero da igual, ¿qué es hortera? Aquí los ingenieros no son inspirados sino legión preguntando: ¿qué hay que hacer? Seguro, por dinero no es, y convertirán mi ciudad en un pueblo. Eso sí, con posibilidad de ser reproducido.
Porqué no hace una inversión el departamento de turismo de nuestro país y co financia un hotel que se llame Sevilla, o España, total no sabrían en donde situarlos. En la puerta del hotel habría un mapa y ahí en Las Vegas se podría situar España como capital de Sevilla.
Esta inversión sería la más rentable de todos los tiempos. Todos pasan por aquí, sin sus pets, eso sí, pero seguro que tampoco interesa que los pets vayan a Sevilla. Todos pasan, incluso los japoneses que se dan cuenta que en el complementario de su país existe espacio, mucho espacio, para poder construir uno, o unos cientos, igualitos que el suyo. A ellos no les interesa su hotel, les vale con mirar.
El restaurante es modernista. ¿Qué es modernista? Seguro que es lo más parecido a moderno y nuevo. ¡Cómo me gustaría saber más de pintura! ¿Van Gogh y Cezane son contemporáneos?, ¿son modernistas? Desde luego la cristalera del techo no es de cristal, sino pura pintura.
No, no hay nieve y hace calor. Esto es el desierto pero no lo parece. La verdad es que aquí nada es lo que parece.
Ellas comparten su sitio con los niños que pasean con sus padres, ignorantes que las máquinas empobrecen. Aquí no hay enganche, es imposible quedarse en una, hay que ponerse en otra diferente y en otra más,... Así es imposible sentirse atrapado y los destrozadores de fortuna se convierten en meros jugadores en busca de un jugador.
Ahí esta ese filet mignon, acompañado por unos espárragos, contemplando como van cayendo las zanahorias, la salsa, la patata asada y el filete, bocado a bocado. No quedará nada, inexorablemente, lentamente, sin vergüenza.
Aquí en Las Vegas no hay pets, animales de compañía, que se quedan de vacaciones en sus jardines mientras sus dueños y sus hijos se van a ver a las máquinas y su música.
Sin embargo existen algunos animales. Esa morsa, no sé si alcanzan ese tamaño en libertad, que está triturando el filet mignon, con sus 140 kilos de peso, tan rubia, tan segura de su papel, que devora lentamente su plato diario de forraje animal, a 80 dólares el plato.
Aquí hay unas señoras vestidas de oscuro, muy elegantes, con su enorme escote, sus resaltadas tetas y sus minifaldas. Todas maquilladas parecen señoras dignas de ser atendidas, pero no. Los clientes son niños, barrigas con bermudas, morsas descansando de comer, mujeres planas, delgadas, en general feas, largas y sin arreglar, grandes armarios,.... Ni se fijan en las elegantes señoras que llevan vasos de palomitas para atender las indigestiones de las máquinas.
¡Y el camarero! Salido de su más pura representación, sus gestos estudiados y aprendidos, su correcta pronunciación en francés de los platos y los saludos políticamente correctos. Exhibe una barriga debajo de algo que, ojala fuera escritor para saber cómo se llama, yo le llamaría mandil. ¡Qué correcto, que educado!
Sin embargo, claro, siempre existen clases, ahí está el sumillier, supremo dios del francés, el restaurante del filet mignon. Su mandil es negro, de piel de canguro para poder incubar los tapones de corcho sacados con gesto indiferente pero importante. ¡Cómo es la postura abriendo la botella!, ¡Cómo la forma de verter y preguntar al señor por la calidad del vino! ¿Lo habré visto antes? El vino, por definición de vino industrial es imposible que esté mal y solo se llama vino por ser francés el restaurante. El señor solamente lo es por pagar 80 dólares por plato.
¡Claro!, no es que lo haya visto antes, es que se parece al de la película, no me preguntes cuál, del italiano de pelo gris claro, no canoso, sino teñido, que se empeña en hablar inglés perfecto como si fuera americano, cuando todo el mundo sabe que, con ese pelo, piel y segunda piel en forma de traje solamente puede ser italiano.
En mi ciudad había una fuente. Una fuente hecha por un ingeniero inspirado y precoz, y única en el mundo, un espectáculo visto innumerables veces en mi niñez, no lo apreciaba entonces sino por lo que aseguraban los mayores, hasta mi madurez, en donde he podido comprobar que tenían razón, espectáculo fantástico, agua, música y color.
Cuando uno ve reproducidos a tamaño casi real París o Nueva York o Montecarlo (Monte Carlo, por cierto), todos juntos pegados y enlazados por una montaña rusa, aquí no se llama así o no estarían pegados por eso, es fácil entrar en un hotel de diez mil habitaciones y esperar que después de ver los cuadros de Dalí o de Picasso que se han visto comprados a un precio que les ha permitido pagarse el lujo del viaje desde donde fueron creados, la fuente debería estar ahí, trasladada o reproducida.
Pero no, no es igual, no tiene colores, pero es más grande. También es más hortera, pero da igual, ¿qué es hortera? Aquí los ingenieros no son inspirados sino legión preguntando: ¿qué hay que hacer? Seguro, por dinero no es, y convertirán mi ciudad en un pueblo. Eso sí, con posibilidad de ser reproducido.
Porqué no hace una inversión el departamento de turismo de nuestro país y co financia un hotel que se llame Sevilla, o España, total no sabrían en donde situarlos. En la puerta del hotel habría un mapa y ahí en Las Vegas se podría situar España como capital de Sevilla.
Esta inversión sería la más rentable de todos los tiempos. Todos pasan por aquí, sin sus pets, eso sí, pero seguro que tampoco interesa que los pets vayan a Sevilla. Todos pasan, incluso los japoneses que se dan cuenta que en el complementario de su país existe espacio, mucho espacio, para poder construir uno, o unos cientos, igualitos que el suyo. A ellos no les interesa su hotel, les vale con mirar.
El restaurante es modernista. ¿Qué es modernista? Seguro que es lo más parecido a moderno y nuevo. ¡Cómo me gustaría saber más de pintura! ¿Van Gogh y Cezane son contemporáneos?, ¿son modernistas? Desde luego la cristalera del techo no es de cristal, sino pura pintura.
No, no hay nieve y hace calor. Esto es el desierto pero no lo parece. La verdad es que aquí nada es lo que parece.