jueves, 21 de abril de 2016

¿Os dais cuenta?

Mi opinión es que debemos cambiar las caras de nuestros políticos, y muchas cosas del sistema actual. Por ejemplo lo que hace que, para que algo avance, debemos darle mayoría absoluta a alguien. Esto solo sirve para explicar los vaivenes en sentidos opuestos, para explicar la corrupción,… Necesitamos políticos nuevos.

Como hipótesis, supongo que los votantes dirán lo mismo que el 20 de diciembre. Es lo que dicen las encuestas que reflejan lo que la gente cree que ha de pasar, no lo que van a votar.

Imaginemos que seguimos pensando que el PP debe participar en gobernar pero que no puede seguir gobernando como hasta ahora. Esto quiere decir que no podemos darle la mayoría absoluta. Pero si le damos un escaño menos de los que necesita le dirá su Majestad: 
- Señor, lo mejor es que hable con Pedro Sánchez, que yo no conseguiré de nadie el escaño que me hace falta.   
- Pero Mariano, ¿no crees que puedes convencer a alguien y darle algo?
- Señor, esto es imposible, he hecho, y seguiré haciendo, lo único que se puede hacer, España no tiene ninguna otra opción. Por eso hemos ganado las elecciones, su Majestad.
- Entonces, ¿porqué no puedes hablar con nadie?
(A más votos le demos, con más fuerza usará su argumento.)

El PSOE no puede gobernar, por eso le seguiremos dando menos votos que nunca y cuando Pedro Sánchez hable con su Majestad:
- Pedro, no sé si sabrás que Mariano me ha dicho que hable contigo, ¿crees que puedes llegar a acuerdos?
- Majestad, los españoles han votado un gobierno de cambio, pero realmente me han votado a mi, no al Sr. Rajoy. Muy difícil será si no consigo que Pablo me apoye, es mi colega, y odia al Sr. Rajoy lo mismo que yo. Será fácil convencer a esos novatos de Ciudadanos.
- Majestad si Ud. me lo encarga le aseguro que tendremos gobierno enseguida, creo que me vendrá bien vivir en La Moncloa.

A PODEMOS le podemos seguir dando nuestro voto de cabreo, nuestro aviso a los políticos de verdad, de que están jugando con fuego, para ver si entienden de una vez que cuando les decimos que pacten es para que lo hagan, cuando les decimos que metan en la cárcel a los corruptos, lo que queremos decir es que no usen la política para robar y, si lo hacen, que devuelvan lo que han robado si se les pilla. Si no nos hacen caso los cambiaremos por otros.

Algunos de los detalles que hemos visto reclaman que hagamos un voto útil:
- Es muy fácil disfrazarse de Spiderman y grabar un vídeo contra los deshaucios.
- Es difícil entender que cuando eres alcaldesa, tus opiniones no le interesan a nadie, y no debes de tenerlas, debes defender la opinión de TODOS los votantes.
- Es muy fácil entrar en una capilla católica pública y quitarse la camisa (no he conseguido averiguar si también se quitó el sujetador)
- Es muy difícil eludir las responsabilidades por hacerlo.
Es muy fácil llevar a tu bebé al Congreso.
- Es muy difícil explicarle a todas las madres, que cobran menos que los hombres, que ellas no pueden llevar sus bebes al trabajo.
- Es muy fácil darle un beso en la boca a otro tío.
- No es nada baladí pronunciarse si se puede o no llevar burka por la calle.
- Es muy fácil cambiarle de nombre a la plaza de Juan Carlos I.
- Es muy difícil saber cómo evitar que unos colegas titiriteros te engañen.
- Es muy fácil decir que decidan ellos
- Es más difícil darse cuenta que ellos no son el 48% de la población.
-               

¿Os dais cuenta que para votar lo mismo no podemos escoger la misma papeleta? Creo que lo único que podemos hacer para seguir diciendo lo mismo es votar a políticos, aunque no nos gusten, los del PP al PP, los del PSOE al PSOE y el resto, a nuevos políticos, y estos no están en PODEMOS.

(Siento descalificar a nadie, pero yo no solo estoy harto de los políticos, sino también de los que se creen que no llevar corbata, olvidarse de las formas, les da derecho a tener una opinión más autorizada que la mía).

martes, 19 de abril de 2016

La pelirroja (después de clase)

Mi madre me compró dos pares de zapatos ese año. En Semana Santa me dejaron ir a una procesión. Todavía puedo oler la cera y oír el murmullo, casi silencio, de las dos filas de gente con su cirio encendido, el dolor que sentía cuando una gota de cera me caía en una mano. Me imaginaba lo difícil que era portarse como una persona mayor, aunque ya me dejaban ver la tele por las noches.

Pasábamos las vacaciones en un caserón con un jardín y un huerto enorme que lindaba con la calle principal de un pueblo pequeño. Por las mañanas las campanas del campanario cantaban los cuatro cuartos y las ocho campanadas de la hora entera. Era la señal esperada para levantarnos y abrir las contra ventanas azul celeste.

Un carro tirado por un caballo cansado se oía por la ventana. Sus cascos golpeaban rítmicamente el suelo empedrado, las ruedas traqueteaban, mientras el eje del carro chirriaba soportando al carretero que animaba al caballo cada cierto tiempo. Llevaba varios capazos con verduras recogidas esa mañana de su huerto: pimientos, puerros manchados de arcilla roja, y relucientes cebollas blancas. Manojos de rábanos y zanahorias verdes, violetas y naranjas colgaban del carro.

El pueblo estaba cerca de uno mucho más grande. El invierno había sido duro ese año y se había llevado un puente de la carretera asfaltada que los unía, en verano todavía estaba en reparación. Unos autobuses blancos y azules cubrían el trayecto, ese verano gratis, desviándose por unos caseríos desconocidos y solitarios para evitar el puente.
No recuerdo porqué, pero un día subí al autobús y por los polvorientos caminos que recorría, se subió un grupo de niñas. Una de ellas tenía unas coletas pelirrojas. Sus ojos eran grandes, verdes y brillantes. Casi tapaban su cara llena de pecas.

Muchas veces cogí ese autobús, a la misma hora, muchas veces ella y yo cruzamos nuestras miradas cuando se subía. Me conformaba con el viaje, con mirarla. Bajaba del autobús, daba una vuelta para disimular, no sé ante quien, y regresaba para coger el siguiente de vuelta.
A veces llevaba coletas, otras veces el pelo suelto, siempre el mismo gesto con las manos al sentarse en el autobús para poner el pelo detrás del asiento. Reconocía su voz de entre la cháchara de las niñas. Pantalones cortos o bermudas, camisetas de colores.

Un día decidí seguir a las niñas al bajar del autobús. Tenía un miedo cerval, o mucha vergüenza de ser descubierto, pero emulando las películas de la tele, las seguí hasta la rambla sin levantar sospechas, esperando en las esquinas. Las vi entrar en un portal que decía: "Academia Gómez. Taller de bordados".

Siempre esperé que ella me dirigiera la palabra.

Íbamos a bañarnos carretera arriba a un remanso del río con una cascada. El agua estaba helada a la sombra de enormes rocas. Los niños mayores se subían a las rocas y se tiraban al remanso por la cascada, como un tobogán. Mis padres nos asustaban asegurando que había unos "chupadores" que se tragaban a la gente si se sumergía en el remanso. A menudo tenía pesadillas con esto, atrapado en el fondo.

En el mismo lugar del remanso había unas fuentes, como 25, cada una a una altura creciente. Cada año era una ceremonia obligada, cuando llegábamos, ver cuánto habíamos crecido según la fuente de la que nos tocaba beber. Yo ya podía beber de la más alta.


Teníamos el baile del ‘confeti’, en el casino del pueblo, tirando bolas de papel, como si fueran granadas, rompiéndolas con la boca, antes de tirarlas. Estaban rellenas de trozos de papel de colores. Era el acontecimiento del verano, y yo estaba seguro de que mi pelirroja iría. Me pasé la tarde/noche buscándola, mirando la puerta, pero solo me encontré evitando las bolas sin morder, lanzadas por los del pueblo, que descargaban su odio con los veraneantes, entre risas.

El verano acabó y al verano siguiente el puente ya estaba arreglado. Me cambiaron de cuarto. Ahora dormía solo al lado de mis padres, al otro lado de la casa. Cuando oía las nueve campanadas, me gustaba abrir ventanas y contraventanas y pasar un buen rato mirando desde la cama el cielo, las nubes y las montañas lejanas, antes de desayunar.

Con la paga de mi semana, un día cogí el autobús, a la misma hora de siempre pero ella no apareció. Me fui a la academia. Pero en su lugar me encontré con un bar, "El encuentro".


Ese año no fui al baile del confeti, ya no podía soportar a los del pueblo. A ella nunca más volví a verla.