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viernes, 19 de septiembre de 2014

¿Democracia?

Eran como 20 y desde hacía mucho tiempo (casi nadie se acordaba desde cuando), se juntaban todos los viernes por la noche en un bar. Las noches de los viernes estaban marcadas en el calendario de todos y a nadie se le ocurría faltar. 
Mariano llevaba el fondo, nunca se equivocaba y era capaz de sacar alguna ronda gratis en el bar (algunos dicen que un día se hizo una votación para ver quien llevaba el fondo, y tuvo mayoría absoluta).
Arturo también participaba en el grupo. Había estado en otro bar, en el que podía sacar más rondas gratis, les cerraban una zona para el grupo, tenía billar (él era un magnífico jugador de billar). 
Había llevado a algunos al otro bar algún jueves, estaban encantados; incluso llegaron a ponerse camisetas con los colores del otro bar. Arturo le planteó a Mariano cambiar de bar los viernes.

La polémica estaba servida pero decidieron ignorarla.
La polémica estaba servida y decidieron resolverla votando, la mayoría decidiría. Y el 18 de Septiembre votaron. 9 personas decidieron cambiar (45%) y 11 decidieron seguir igual (55%).
La polémica estaba servida y decidieron resolverla votando, la mayoría decidiría. Y el 18 de Septiembre votaron. 11 personas decidieron cambiar (55%) y 9 decidieron seguir igual (45%).
Un año después el grupo, que llevaba “siglos” pasándoselo bien los viernes, ya no lo hacía.


La polémica estaba servida y decidieron llegar a un acuerdo. Los meses pares, los últimos viernes del mes quedarían en el nuevo bar, los dos primeros quedarían en el bar de siempre. Los meses impares lo harían al revés. 
Un año después, las reuniones continuaban, seguían marcadas en el calendario de todos, a pesar que alguno alguna vez se equivocaba.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Política: Dos, Doscientos, Dos mil

Dos personas pueden cubrir sus necesidades básicas fácilmente. Entiendo por necesidades básicas las que permiten obtener comida y eliminar los residuos que producen. En la filmografía americana podemos encontrar innumerables ejemplos de náufragos o escenarios idílicos en donde esto es posible.

En los años sesenta, hastiados de lo que se estaba creando: la sociedad de consumo, surgieron las comunas de los hippies. Intentaban contraponer el orden establecido en nuestra civilización, demostrando que era posible que doscientos seres humanos vivieran como dos, para conseguir un ideal de libertad.

Un buen intento, pero algo muy básico no funcionó, o más bien, funcionó como debía. Quedaba bien ser identificado como un antisistema y juntarse con otros parecidos de parecidas ideas. La demostración de que no funcionó es obvia: hoy no existe.

Cuando las dos personas pasan a ser doscientas, es necesario que, para mantener las relaciones que justifican la creación del grupo, se resuelvan las pequeñas cosas del día a día, la intendencia.

La naturaleza única de las cosas cambia solo por el tamaño, es decir, el mismo problema que es para dos comer y eliminar sus residuos, pasa a ser otro problema muy diferente cuando de dos, pasan a dos mil, no porque el problema cambie, solamente por porque lo hace su tamaño.

La solución a este segundo problema exige que surjan en el grupo, personas “capaces” que puedan resolverlo, y esto, obligatoriamente, genera clases: la de aquellos que esperan que se solucione todo, solamente por su decisión de pertenencia al grupo, y la de aquellos que pasan a la acción y resuelven.

Esta situación tiende, irreversiblemente, a que los que trabajan acaben saliendo del grupo porque lo consideran de justicia y los que no, porque a pesar de las expectativas, no son capaces de subsistir.

Si pensamos en la diferencia de tamaño entre dos y doscientos (contar dos euros es un segundo, contar 200 puede ser un minuto), y lo que radicalmente cambia el mismo problema, intentemos imaginar la situación cuando se trate de 2 millones (contar dos millones de euros, moneda a moneda, nos lleva,… 7 días).

Los individuos ‘capaces’ tienen dos virtudes fundamentales que normalmente van de la mano. Lo primero es que son capaces de representar el ideal del grupo, entender y representar los elementos diferenciales. La segunda virtud es que son capaces en el sentido literal, de resolver, de ejecutar o de hacer cualquier cosa que sea necesaria, para el interés del grupo.

En este caso sigue siendo necesaria la existencia de individuos “capaces”. Ya no pueden resolverlo todo por sí mismos, y crean una organización, en donde los no capaces deben aportan su grano de arena para resolver los problemas.

Hablando de organizaciones, a lo largo de la historia de la civilización se pueden encontrar muchos ejemplos de organizaciones diferentes, con cualidades y defectos o con aspectos o conductas positivas y negativas, según el filtro que apliquemos.

Nadie se atrevería a criticar a la civilización Griega (Platón, Aristóteles,...), y sin embargo, desde el punto de vista de nuestra civilización actual, deberíamos de haberlos invadido y reducido a escombros, ¡tenían esclavos!, independientemente de si los consideramos sirvientes; los esclavos no votaban y no tenían nada que ver con el sistema.

No sé si sigo influido por la filmografía nortemericana o es real, pero la sociedad Azteca tenía conocimientos que tardaron cientos de años en ser descubiertos en nuestra civilización. Deberíamos de haberlos invadido y reducido a escombros para que abrazaran la fe: ¡sacrificaban vírgenes en honor a sus dioses!

El mundo musulmán inventó los números, y el cero y la hospitalidad. Deberíamos haberles invadido y reducido a escombros para que abrazaran nuestro sistema de paridad. ¡Consideran a las mujeres como un objeto maltratable!, ¡ocultan sus atributos tras asfixiantes telas, para evitar despertar deseos impuros! Deberíamos haberle quitado un pedazo de sus tierras, y crear una civilización parecida a la nuestra en su interior, como ya hicimos con Israel.

Incluso en nuestra civilización occidental, podemos encontrar desviaciones enfermizas relativamente recientes: ¡El nazismo!, Un sistema democrático permitió establecer a Hitler una dictadura. ¡Hoy día, la mayor democracia del mundo tiene un campo de concentración en Guantánamo!

Uno de los ejemplos más recientes es el de Irak, en donde un dictador impide que su pueblo se mate entre sí, pero es chulo (prepotente), incómodo, y además no nos da petróleo barato. Deberíamos de haberlo invadido y matado al dictador para que puedan volverse a matar entre ellos. Es un hecho consumado.

No se puede criticar ninguna organización humana por su definición o sus fundamentos, ni por sus efectos secundarios, ni por sus desviaciones.

Hasta ahora, solamente he hablado de las dos necesidades básicas. Pero me gustaría reflexionar si es básica o no la necesidad de ir a Euro Disney (valga este absurdo, que sería el mismo que comprar una camiseta a la moda, o una TFT de alta resolución, o un iPhone).

Aunque cualquiera que piense que la sociedad de dos en la playa sea la perfecta, la sociedad (solamente por el número), va creando empresas, carreteras, servicios, sueños y estableciendo como resolver otras necesidades que, aunque parezcan superfluas, acaban siendo tan importantes como las básicas (justicia, educación, ocio,…).

Ante esta situación, real, solo caben dos opciones: rechazar las necesidades superfluas y volver al inicio de este artículo, o asumir el mundo real que muchas organizaciones, la civilización, muchos errores y el trabajo y la ilusión de millones seres humanos han construido, con sus ventajas y sus defectos.

Para que todas esas cosas existan, para que se puedan considerar necesidades básicas (ya sé que es un absurdo), es necesario una organización con una complejidad mayúscula, en el cual los “capaces” no tienen necesariamente que ocupar el poder. En una organización así, la inmensa mayoría de la población queda al margen de cualquier tipo de implicación (porque no quiere o porque se siente incapaz), en ninguna organización común.

La civilización Occidental ya está muy por encima de los 2 millones, hablamos de casi 1.000 millones (siguiendo con el cuento de los euros, nos costaría un mes, 24 horas al día, contar 1.000 millones de monedas de un euro).

Uno de los pilares de cualquier organización es la de elegir a los realmente “capaces”. En nuestra sociedad nos hemos dado un sistema para elegir a las personas que crean y modifican la organización, es una parte de lo que denominamos democracia.

Diferentes personas en diferentes circunstancias crean diferentes organizaciones. La elección de los que ostentan el poder es sustancial para construirlas.

“La democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las otras formas que se han probado de tiempo en tiempo”. Esta frase es de Winston Churchill, en 1947 (por cierto, esta es la cita correcta, no como la usó Kennedy años después: “…el menos malo de los sistemas…”).

Cuando las organizaciones creadas por la democracia no funcionan se le puede echar la culpa original a la democracia:

“Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento.” Nelson Mandela 1998.

Hoy en día, en todas las democracias que me vienen a la cabeza (no es algo riguroso, solamente un convencimiento personal basado en mis ejemplos conocidos), otra figura, que no son las personas capaces, ha devenido en árbitro en la designación de los “capaces”: los partidos políticos. Les achaco gran parte del mérito y de la culpa de la situación de deterioro de nuestra civilización.

Sería inocente pensar que los avances sociales actuales hubieran sido posibles sin los partidos políticos. Pero también los creo insuficientes y también los creo exagerados.

Insuficientes porque las situaciones de desigualdad siguen existiendo en todos los ámbitos de nuestra vida.

Exagerados porque han permitido, por parte de la mayoría, establecer un sistema de vida torticero en donde algunas cosas se producen sin ninguna necesidad de esfuerzo para conseguirlas, lo que a su vez, genera una falta del dinamismo que debería permitir establecer ciertas reglas en el mérito, que no tienen que corresponder solamente a “tanto tienes tanto eres”, y que me parecen imprescindibles en cualquier fase de la vida. La propiedad o el control de algo se han convertido en moneda de cambio que los partidos políticos usan habitualmente para su perpetuación.

Los partidos políticos han hecho mediocre la elección de los “capaces”. El poder reside en algo que no necesita demostrar nada, en las siglas, no en los candidatos. Así, ninguna persona que llega a dirigir, puede poner en duda la organización vigente, a la que le debe su elección, ni la forma de elegir a los capaces.

Alguien capaz debería de poner en duda cosas fundamentales, y con la mediocridad imperante de los líderes políticos en el mundo, esto no es posible hoy en día, y con el poder de los partidos políticos, desgraciadamente, tampoco será posible mañana.

Veamos las dos características que debía tener una persona ‘capaz’ en una organización menor. La asunción de pertenencia a un grupo, compartir su definición exige ser diferente de algo. Esta característica es la que llamamos liderazgo.

En mi juventud universitaria con el ambiente revuelto lleno de transición y reivindicaciones, individuos como yo (quiero creer no manipulados) subían a la tarima de una clase y me convencían de que había que hacer esto o lo otro, incluso de que era necesario correr riesgos corriendo delante de ‘los grises’.

Estoy convencido de que existen muchas personas que en diferentes momentos pueden representar este papel, y estoy seguro de que en la clase política no es encuentra ni la mínima parte de ellos.

SI levantamos la vista para tomar perspectiva, su movilización exige alguna injusticia, alguna diferencia a alcanzar con respecto a ‘lo normal’, o una confrontación de dos cosas. En mi opinión, esa es la razón de que este tipo de personas, con esta característica, se vean pocos, en nuestras sociedades, acomodadas y seguras en su propia definición y existencia.
Necesitamos algo parecido a un invento, o no, como el cambio climático, por ejemplo, que pueda ser un negocio, para que existan personas valiosas que busquen metas elevadas o enarbolen este tipo de banderas (Yes, we can?).

La otra característica, la capacidad, se consigue por el conjunto de capacidad personal intelectual, aprendizaje, experiencia y solo tangencialmente por la cultura. Personas capaces en el mundo hay muchas, ya que consiguen resolver los retos parciales que la sociedad crea día a día.

Volviendo a mis partidos políticos, la competencia interna no es el mejor caldo de cultivo (lo digo externamente sin haber participado en ninguna organización de este tipo, aunque sí tratado con personas que sí pertenecen), para obtener personas capaces. La lucha de poder no es siempre algo en lo que triunfen los más capaces sino los más sociables, los más hábiles en las relaciones personales, en suma, no los más capaces.

En cuanto a la formación en liderazgo, considero que tampoco es posible que los partidos políticos engendren a auténticos líderes. Volviendo a mis tiempos de universidad, no me cabe duda de que entonces los que se afiliaban eran los convencidos de que podían aportar algo, los que tenían ideales, los que querían crear, cambiar. Hoy en día, me temo que la afiliación es más bien sinónimo de conseguir un sueldo extra o una diversión que, si no se ofende nadie, es comparable a unas vacaciones en Euro Disney.

Por esto, porque los partidos políticos no son capaces de proponer a la sociedad individuos capaces, creo que la magnitud de los partidos políticos es una rémora para la democracia.

Y podemos trabajar u opinar sobre cosas prácticas, pequeñas modificaciones que mejorarían nuestro sistema sin tener que romperlo, sin que eso suponga rasgarse las vestiduras y acusar a quien lo plantea de anti demócrata.

Imaginemos que exigimos más votos para ser re elegido que para ser elegido; imaginemos que 8 años no es ni un mínimo ni un límite; imaginemos que obligamos a nuestros políticos a ponerse de acuerdo impidiendo que existan mayorías absolutas; separemos de verdad los tres poderes;…

Recuerden que la afirmación de “un hombre un voto”, desapareció en cuanto aplicamos la ley D’Hont, o dejamos que Jeff Bush fuera el arbitro que asignó 27 delegados a su hermano para que fuera el peor presidente de la historia de EEUU,… y encima fue re elegido con el miedo de sus compatriotas.

También entiendo que la tecnología ayudará como lo ha hecho en todos los ámbitos de nuestra vida, haciendo que las elecciones no sean un proceso tan costoso en tiempo y en dinero como lo son hoy en día.