El otro día me encontré por la calle con un
viejo amigo mío, yo iba con mi perro atado con una correa con los colores de un
símbolo. Mi amigo me conoce desde hace tiempo y pronto me llamó la atención
acerca del símbolo de la correa y el collar.
Me vi a mí mismo hace muchos, muchos años,
discutiendo con mi madre. La imagen se me apareció tan nítida que llegó a
sorprenderme. Yo todavía no era tan alto como ella, y recuerdo que me estaba
negando a ponerme una camiseta con un cocodrilo. No sé si me estaba rebelando
por no hacer publicidad, o no quería apuntarme al estereotipo que representaba
llevar aquel polo.
Los uniformes nos identifican. A un piloto
por ejemplo, o a un sacerdote. También ayudan a investir de autoridad a la
autoridad. La gente importante, los banqueros y políticos, por ejemplo, llevan
su uniforme de traje y corbata.
A veces le damos a los símbolos una
importancia enorme. Por ejemplo esos nuevos políticos que han inventado como
símbolo un uniforme muy alejado del anterior (mi madre hablaba de americanas de
pana). Algunos uniformes, como el de la mujer musulmana tradicional, se
convierten en símbolos, que no sabemos muy bien cómo tratar.
Y hay otros símbolos a los que nos adherimos
voluntariamente, y cuya adhesión representa una postura personal. Tratados
asépticamente son símbolos que representan unos valores sobre los que existe un
nivel de aceptación grande (mucha gente debe asumirlos para que sean
importantes, igual que la vehemencia con la que se defienden), pero a veces son
excluyentes con otros y, por lo tanto, fuentes de polémica.
Hace unos años, por ejemplo, cuando nos
alimentábamos de la prensa escrita, un lector podía ser identificado de una
cierta manera por llevar El País o el ABC bajo el brazo al salir del kiosko.
Resumiendo, existen los uniformes (símbolos
identificativos), y los representativos, verdaderos símbolos. Asumir alguno de
estos símbolos no debería representar un problema. Criticar o reírse de un
símbolo debería llevar implícita la crítica por una cierta mala educación
derivada de no saber que se deben respetar los símbolos, representen lo que
sea.
Cuando un símbolo se convierte en una
identidad que debe ser defendida o atacada, como la de los nacionalistas
catalanes o la de nuestros ex-amigos, y ex-respetados ingleses, se convierte en
un símbolo que nunca conseguirá más adeptos. Deja de ser un buen símbolo o de
tener futuro, por lo menos.
Creo que un símbolo es algo mucho más
importante de lo que nos diferencia a mí y mis amigos del resto del mundo, pero
esto solamente es una tontería basada en la incapacidad de abrir los ojos y
mirar al mundo que nos rodea, y nunca podrá ser considerado un símbolo.
Creo que es necesario tratar los símbolos
con pragmatismo. Me emociono cuando alguien hace algo que mejora nuestro país,
por ejemplo, me siento partícipe, de una u otra forma, pero sigo pensando que
sería fantástico si mis nietos recordaran nuestro país como un conjunto de
símbolos sin que existiera (creo que soy muy diferente de los que votaron el
BREXIT, incluso conduzco por el otro lado, aunque hablo catalán).
Como siempre, a estas alturas de la vida,
sonrío cuando oigo tratar los símbolos con fanatismo.
(31/07/2016)