Mi vida profesional estuvo marcada por mi
carácter. Gracias a él me enfrenté a un mundo que casi siempre se esforzaba en no hacer lo que yo quería. Soy
consciente que nunca pude dejar de pedalear, a pesar de que, a veces, viera un
falso llano. Y también por culpa de mi carácter no fui siempre capaz de
expresar lo que consideraba que había que hacer, de forma que se hiciera. Era
un jefe colérico, difícil de convivir. No fui consciente del daño que pude
hacer a personas que realmente me importaban, ni del que mi enfermiza confianza
podía hacerme, dejé muy al descubierto mis puntos más sensibles.
Ahora dedico mi atención a mi familia,
que me sigue soportando, a los amigos, que fueron muchos, y a mis recuerdos que
también son muchos en muchos países. Intento escribirlos y, sería un idiota si
no reconociera que los escribo para que los lea la mayor cantidad de gente
posible.
Entre los que leen lo que escribo está
alguno de los que me hicieron daño y, no contento con ello, se afana hoy en día
en recordarme que no tuve el éxito que yo esperaba. Me hace mucha gracia que siga
invirtiendo una parte de su tiempo en esto. Imagino su vida convenciéndose de
que hizo lo correcto, ya que mi carácter merecía un castigo; y también que
tenía razón, que no aprendió nada y que no consiguió nada mientras me soportaba.
Los años y la experiencia, pesan y uno se
da cuenta que el camino es mucho más importante que el fin, y que un camino
rico lo hace a uno rico. Mi equipaje es ese: la gran cantidad de situaciones,
de gente, de formas de pensar, la cantidad de buenas y malas personas que he
conocido.
A los que hice daño, solamente puedo desearles
que sean tan felices como lo soy yo ahora; a los que me hicieron daño que no lo
sean y, que no sean capaces de olvidar lo malo de sus vidas, y que, sobre todo,
no sean capaces de escribirlo porque no existe, ni en su realidad ni en su
imaginación.
Sigue leyendo, gracias.