Roco siempre estuvo seguro de lo que iba a
hacer. Apenas tuvo uso de razón se lo comunicó a su familia, una forma de hacernos
partícipes y cómplices de su sueño. Papá le compró una pelota y Roco no dejó de ir a
ningún sitio sin ella.
Al revés que a Roco, a mi nunca me preocupó
a qué iba a dedicar mi vida. Cuando era pequeño vi el aterrizaje del hombre en
la Luna y decidí que iba a hacer algo que tuviera que ver; luego tuve un
profesor que me metió en la cabeza ser ingeniero; una serie que pusieron en la
televisión casi me hace ser médico, y la primera vez que pude hablar a solas
con una mujer, al borde del mar, supe que algún día sería capaz de bajarle una
estrella.
Casi nunca tuve que tomar una decisión.
Cuando mi vida tenía una alternativa por alguna razón desaparecía y todo
quedaba tan claro que me quedaba sin opciones. Esto me pasó cuando era un niño
y más radicales y decisivas me parecían las cosas, y ya de mayor cuando los
grises han llenado mi vida.
Recuerdo un cuento en el que un tipo con
barba y mochila equipado con un espejo vendía sus servicios para mostrar el
futuro en el espejo, y sus clientes se daban cuenta que el destino era parecido
a sus deseos, cuando no era el mismo, y se arrepentían de haber pagado por
mirar.
En el cine cuando se reproduce una imagen se
hace con colores vivos, para que te impresionen o los recuerdes. Rojos, verdes y rosas casi toman el protagonismo de la escena para que no tengas que
preguntarte por los detalles. Tal vez la vida esconde los pálidos colores de la
realidad mientras se va desenredando.
El destino es tozudo y te lleva por donde
quiere, hagas lo que hagas por evitarlo.