El domingo por la mañana, Ana saltó
literalmente de la cama para ver qué tiempo hacía. Un cielo azul espectacular
respondió a sus oraciones. Despertó a sus padres saltando encima de su cama.
Estos la miraron con ojos de no entender lo que estaba diciendo.
- ¿Puedo? ¿Puedo ir a comer a casa de la abuela Anita?Puedo
¿verdad?, hace sol.
A sus 14 años ya era capaz de interpretar
las señales del metro o de las paradas de autobús, además, el smart phone que
le habían comprado era perfecto para el caso de que se perdiera, siempre podía
llamarles y preguntar, o buscar la información que necesitaba, era lógico
rentabilizar la cantidad de horas que se pasaba mirando embobaba aquel aparato.
Vivían en un barrio alejado del centro, pero la ciudad era bien moderna y el transporte
público era de “primer mundo”, rápido, limpio, seguro, y llegaba a todas
partes.
Ana disfrutaba estando con la abuela. Le
contaba mil cosas, tenía el pelo blanco; tocaba el piano; de joven había tenido
un vida loca que solo le contaba a ella. Siempre cientos de anécdotas, cómo era
su ciudad cuando era joven; personas que había conocido y que ella había
descubierto en los libros de clase. Sabía que la llevaría a comer fuera de casa
y luego a aquella pastelería donde ponían aquel dulce tan bueno; por la tarde
le tocaría en el piano no importaba lo que le pidiera: moderno, antiguo o
clásico.
Ana era un fan de la abuela. La abuela Ana
le describía un mundo fantástico en donde ella esperaba hacer grandes cosas.
Aunque a su padre le incomodaban la cosas
que no eran estrictamente necesarias, su madre puso una cara entre ilusionada y
encantada viendo la mujer en la que se estaba convirtiendo su hija. Ella
siempre defendía a su madre. Su padre mantenía las distancias. No podía
entender lo que Ana sacaba de ver a su abuela, pero era capaz de complacer a su
mujer. Si embargo tenía un papel que hacer, se resistiría..
- Quítate de encima y vemos si hace sol de verdad. A tu abuela le
gustará que vayas a comer, la pobre no tiene nada que hacer, ¡que vida tan aburrida!
¿Seguro que quieres irte tan lejos?¿Todo el día? ¿Qué tiempo hace?¿Sabes cómo
llegar no? Estarás un buen rato de viaje, ¿seguro que sabes como se va? ¡Ya
puedes ir con cuidado!
Antes de llegar al metro pasó por la tienda
de “chuches”. Siempre estaba muy animada, aunque fuera domingo, en el banco de
madera de delante siempre había gente sentada. En la puerta un corro de gente con “chuches” hablaban de
cosas divertidas y variadas, del futuro o de lo que le pasó a tal, algo
sorprendente, que les llenaba a todos de admiración. O los descubrimientos del
transporte público y hasta dónde los podía llevar. Andrés era uno de los que
bebía cerveza en el banco. Algo tenía que le invitaba a hablar con él. Se
parecía a alguien que la abuela conoció de joven. La gente del banco eran
mayores.
- ¿Que tal?
- Aquí, disfrutando del sol, dijo Juan.
- ¿A donde vas tan guapa?. Andrés apoyó la pregunta con su mirada.
- Voy a ver a mi abuela.
- ¿Si? ¿No le llevarás una jarrita de miel?¿no?
- ¡Nooo!, te gustaría mi abuela, ¡toca el piano!
- ¿De verdad?¿Y qué toca?
- Oh lo que le pidas, es mayor pero se sabe cualquier cosa que tu
quieras.
Se sentó un momento en el banco entre Juan y
Andrés, a ella le dejaban sentarse aunque no fuera mayor.
- ¿Y donde vive?
- Bueno, tengo que coger dos
metros, primero la línea 10 luego la 5 y bajarme en la cuarta.
- ¡Bien lejos! dijo Juan
- ¿Y porque no vas en bús?, dijo Andrés, el 54 te deja ahí mismo.
Con el día que hace es un mal rollo enterrarse bajo tierra. Hoy domingo no
habrá tráfico y no tardarás mucho más.
- ¡que va!, es el 64, el 54 te lleva haca Chamberí.
- ¡que va!, es el 64, el 54 te lleva haca Chamberí.
Si Andrés tenía razón con el 54, de verdad
que le apetecía mucho más el autobús, aunque tardará más.
- ¿El 54?¿De verdad que lleva allí?
- Juan también afirmó lo del 54.
- Sí, seguro.
- Jorge negaba con la cabeza.
- Jorge negaba con la cabeza.
Ana comprobó en su teléfono que el
54 pasaba cerca de casa de la abuela.
- Tenéis razón, mirad, le aviso al conductor y me bajaré aquí,
enseñando el mapa en su teléfono.
Se pusieron de pie.
- Te acompaño.
- No hace falta que me acompañes, se esforzó en decir.
- Es aquí mismo.
El autobús 54 llegó al cabo de un rato, ella
se despidió y subió.
- Cuéntame cómo te va con tu abuela.
- Mañana te cuento, gracias, adiós.
Al perder de vista el autobús, Andrés echó
correr hasta la parada del metro.
Al cabo de un buen rato, en el banco, Juan
se preguntó dónde estaba Andrés, la parada estaba al lado y no debería tardar
más de diez minutos en volver. Tal vez había conseguido ligar, ¡que perro!
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