El tenor y la soprano estaban sobre el escenario. Él, con casi cincuenta años cantaba con la experiencia, había vivido años mejores. Ella había encontrado con él algo de paz en el camerino, antes de la función.
La vida de los dos había llevado caminos similares: juventud, ilusión, trabajo y normalidad,… rutina.
Estaban cantando con profesionalidad uno de esos duetos de opera en donde los dos se declaran amor y entusiasmo mutuo, con el escenario partido en dos y es como si no se oyeran. El fondo del escenario era el jardín de la casa de ella, a donde él había acudido para estar más cerca, y hacer más doloroso el amor no correspondido.
Entonces pasó algo fuera de lo normal. El tramoyista cometió un error y bajó un escenario diferente. En lugar del jardín, bajo el del atardecer anaranjado que debía venir un acto después.
Al ver el error, el tenor y la soprano sintieron volver las primeras ilusiones, cuando el espectáculo, el amor del público, que todo saliera bien, eran importantes. Se esforzaron por poner algo más de su parte en el dueto: recuerdos de días en los que la música era lo único.
Las notas que iban saliendo de sus gargantas crecían y crecían y se esparcían por la sala, ocultando el error del escenario. Ella contestaba y él se cada vez sentía más verdadero el dueto. El dueto se convirtió en algo fuera de lo normal, diferente de lo que habían hecho en los últimos años, día a día.
Al terminar, la ovación del público se comió la sala y duró varios minutos. Hoy todavía se recuerda el dueto que fueron capaces de cantar dos artistas después de una vida profesional normal, en una circunstancia anormal y que convirtió esos minutos en lo más grande que los dos habían vivido siempre.
La vida de los dos había llevado caminos similares: juventud, ilusión, trabajo y normalidad,… rutina.
Estaban cantando con profesionalidad uno de esos duetos de opera en donde los dos se declaran amor y entusiasmo mutuo, con el escenario partido en dos y es como si no se oyeran. El fondo del escenario era el jardín de la casa de ella, a donde él había acudido para estar más cerca, y hacer más doloroso el amor no correspondido.
Entonces pasó algo fuera de lo normal. El tramoyista cometió un error y bajó un escenario diferente. En lugar del jardín, bajo el del atardecer anaranjado que debía venir un acto después.
Al ver el error, el tenor y la soprano sintieron volver las primeras ilusiones, cuando el espectáculo, el amor del público, que todo saliera bien, eran importantes. Se esforzaron por poner algo más de su parte en el dueto: recuerdos de días en los que la música era lo único.
Las notas que iban saliendo de sus gargantas crecían y crecían y se esparcían por la sala, ocultando el error del escenario. Ella contestaba y él se cada vez sentía más verdadero el dueto. El dueto se convirtió en algo fuera de lo normal, diferente de lo que habían hecho en los últimos años, día a día.
Al terminar, la ovación del público se comió la sala y duró varios minutos. Hoy todavía se recuerda el dueto que fueron capaces de cantar dos artistas después de una vida profesional normal, en una circunstancia anormal y que convirtió esos minutos en lo más grande que los dos habían vivido siempre.
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