Pues no, al PP no le ha servido de nada que no le diera suficientes votos para que no siguieran gobernando como lo estaban haciendo. Por lo visto, lo único que saben hacer es lo que hacían, y está claro que, aunque ellos no quieran reconocerlo, como votante no me gusta. Da la sensación que están en la posesión de una verdad que no he sido capaz de entender. El "pasa palabra"del presidente, que entendí como estratégico, no lo era.
Recuerden, aunque les haya dado suficientes votos para ganar, he ido con mucho cuidado para que no sigan gobernando solos.
Y, curiosamente el PSOE, al que le di menos votos que nunca, ha hecho el primer ejercicio de responsabilidad de acuerdo con lo que voté, y se ha ganado de nuevo un poco del respeto que había perdido. Ya por fin han entendido que no es derogar, sino mejorar. Su contestación positiva al rey, que al principio solo entendí como ansia de poder, no fue así.
Parece que esa urgencia por asaltar el poder, esa falta de formas que a algunos pueden parecer simpáticas a primera vista, solamente reflejan esto: ausencia de capacidad. Las formas también son importantes. Espero que si me vuelven a preguntar, mi cabreo ya no sea un buen argumento para votar a PODEMOS. Ellos solamente han demostrado que están a la altura mediática. Ya he demostrado mi cabreo, ahora tendré que votar algo útil.
Y qué decir de esos jóvenes sin experiencia que voté en cuarto lugar. Pues sí, no tuvieron la suficiente experiencia para luchar contra esta afirmación, pero han demostrado que la tienen y que son capaces, que son responsables y que pueden hacer mucho por España. Ojalá que entre todos le demos a CIUDADANOS la capacidad de "hacer" que les negamos antes.
Si dios no lo remedia y me vuelven a preguntar, tendré en cuenta estos cambios, creo. Sin embargo tal vez no haga falta porque se trata de una cuestión de caras y no de partidos. Tal vez algunos deberían dar un paso atrás, quitar su cara de crispación o de inacción (Hernando, o Rajoy, por ejemplo) .
¿Cómo vamos a hacer presidente a Pedro Sánchez?, se preguntan, y no se dan cuenta de que eso es mucho menos malo que hacer vice presidente a Pablo Iglesias.
Aunque no lo entendieran entonces, tienen que hablar, como ya dije en las pasadas elecciones.
jueves, 3 de marzo de 2016
martes, 1 de marzo de 2016
Elisa (reloaded)
Elisa entró en la sala cuando ya todos estaban sentados. Se abrazó emotivamente con Jorge, pero no saludó a Juan y ni a su mujer, que la miraron fríamente. Ellos estaban sentados en las sillas de en medio. Juan, de brazos cruzados sobre su elegante corbata amarilla; ella impresionante, como siempre, tan rubia y con esos ojos tan grandes y tan azules; incluso sentada parecía más alta que Juan.
Elisa se sentó con nosotros mirando hacia la puerta, esperando.
Al cabo de un rato la puerta se abrió y entró un médico con la bata blanca y ese ridículo gorro verde que se ponen para taparse el pelo, todos nos levantamos... ¿doctor?
El señor Miravillas no se repondrá de este infarto, no sé las horas que le quedan. Ahora está consciente y muy débil. Si le quieren ver con vida otra vez, solamente les quedan unas horas. No podemos hacer nada más; si quieren pueden pasar un rato a la habitación, ¿cuántos son? Esperen un poco, ahora les avisan.
La sala tenía tres filas de sillas amarillas frías y metálicas, dos contra las paredes y una doble en el medio. Las grandes ventanas servían de poco frente a la fría luz de las luces de neón. Desde fuera se filtraba la mortecina luz del atardecer, de un cielo plomizo que soportaba una persistente lluvia. El silencio ocupaba el resto de sillas. No hablábamos, lo que no sé si era la causa o el efecto de la incomodidad que flotaba en la sala.
Mis pensamientos me recordaron a Papá. Con el esfuerzo de toda su vida había conseguido levantar la cadena de supermercados más grande del país. Era recto como pocos, y mantenía sus principios firmes en cualquier situación.
Dicen que nunca pudo soportar venderle su cadena a los ingleses. Casi todo el mundo piensa que fue perder el esfuerzo de toda su vida, pero yo sé que fue porque yo dejé de quererle. Nunca entendí su decisión. Él pensó que era necesario quitar a Jorge de su puesto y poner a Juan. El suegro de Juan había hecho una buena oferta por el negocio.
Jamás se lo perdoné a Papá. Jorge llevaba mucho tiempo trabajando, ayudándole y no se merecía que lo apartaran. Fue injusto, no fue digno de Papá y de todo lo que me había enseñado. Desde entonces yo apreciaba mucho más a Jorge, que le transmitía a todo e que hablaba con él la amargura que sentía. Nunca había vuelto a hablar con Papá.
Todos entramos. Había poca luz. Solo el ruido del aire y una pantalla que dibujaba lineas verdes que daban saltos y emitía apagados bips parecía hacer que la habitación existiera. La pantalla parecía estar conectada a Juan padre, que abrió los ojos al verlos entrar. Se le abrieron mucho más al vernos a mí y a Jorge.
Como si tuviera prisa por decirlo se dirigió a ellos en voz baja.
Lo siento Jorge,aunque creo que no te ha faltado de nada, pero yo ya estaba muy cansado, tenía muchas ganas de ir a reunirme con vuestra madre. Fue difícil, tenía que decidir entre un hijo mío y otro, pero también entre seguir luchando o dejar de hacerlo. Estuve apunto de arrepentirme por Elisa, pero sigo pensando que era lo mejor para todos, necesito que Elisa y tú me perdonéis.
Tenía que decirle algo a Papá, a fin de cuentas, habíamos ido para esto, pero yo no fui capaz. Seguía pensando que si Papá hubiera actuado como me enseñó, no hubiera hecho lo que hizo.
No fui capaz y salí de la habitación sin decir nada, con lágrimas en los ojos.
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domingo, 21 de febrero de 2016
El despertador
La vida en un Colegio Mayor es simple y
apenas necesita un despertador. Pero los canarios han puesto de moda unos
pequeños aparatos negros con números rojos que dan la hora, consumen poco, y
tienen un avisador. Le pedí a mi padre un aparato igual, le hablé de lo bonitos
que eran. Mi novia tenía uno.
Al cabo de un mes se presentó con un regalo
bien envuelto, se lo había enviado el vendedor que tenía en Canarias. No me
acuerdo como disimulé mi sorpresa cuando, al abrir el paquete, me encontré con
aquel tamaño de despertador, en lugar del casi invisible aparato que tenía mi
novia.
Su cara parecía decir algo así como:
- ya sé que no es lo que querías, pero qué
quieres, es un buen despertador, ¿para eso lo querías no?
El despertador del tamaño de una de esas
cajas plateadas que los jugadores de ajedrez golpean después de hacer cada
jugada. Tiene un pulsador negro en la parte de arriba que hay que apretar para
que se calle. Tiene dos ruedecitas, una para cambiar entre tres melodías diferentes
y otra para ajustar el volumen. No sé cómo se puede describir, de las tres, la
melodía que más me gusta, porque los teléfonos móviles no la han importado,
pero para asegurar que te despiertes, al cabo de un rato, la melodía se acelera
para decirte que debes ponerte en pie y seguir con tu vida. Cuando lo pones a
tope es imposible no despertarse.
Para fijar la hora en la que sonará es
necesario girar una rueda de atrás, hasta poner el señalador en el sitio
correcto de la esfera, no es muy cómodo, y luego hay que pulsar para levantar
el botón negro. La esfera fluorescente, bien grande, te permite ver qué hora
es, aunque este oscuro, y todavía no toque levantarse.
Cuando se queda sin pilas no se calla, sino
que avisa, con su melodía distorsionada, a veces es más baja de lo que le
pides, pero le pones una nueva pila por atrás, de las medianas, para que dure
muchos meses, y ya está, vuelta la melodía.
Resuena en mi piso de estudiantes. Lo apago
en seguida, esperando no haber despertado a mis amigos que todavía duermen y se
irán a la Facultad más tarde.
Son las ocho de la mañana, hora de levantar
a toda la familia para empezar el día. La melodía del despertador suena fuerte
en la mañana como anunciando que todo empieza, el desayuno, el autobús de los
niños,...
Nadie más oye la melodía, y me levanto para
ducharme e ir otra vez a trabajar, la oficina está apenas a cinco minutos del apartamento.
Son las cuatro de la mañana. Fuera está muy
oscuro, la casa está en silencio. Es lunes y es hora de levantarse para ir al
aeropuerto, una semana más, el taxi naranja vendrá a buscarme en una hora.
Durante un tiempo ni siquiera me hizo falta.
Mi cabeza se activaba nada mas amanecer. Parecía haber llegado a un pacto con
la luz, al otro lado de la ventana.
Hace tiempo que ya no lo escucho, pero el despertador también es una máquina de
hacer segundos, rítmicamente, siempre igual: clack,... clack,... clack,... Creo
que mi mesilla de noche siempre ha sonado igual, segundo a segundo.
Mi padre enfermó después de hacerme aquel
regalo. La verdad es que no soy consciente de sí le di lo suficiente las
gracias.
Ahora, raras veces lo pongo para
despertarme, pero su máquina de fabricar segundos sigue su incansable ritmo
encima de mi mesilla de noche, clack,... clack,... clack,... .
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jueves, 18 de febrero de 2016
Un minuto
Hoy era el día en el que Juan Ramón iba a
dar las notas. Sabía que las vidas de alguno de nosotros dependían de él.
Cuando abrí puerta de la clase, pude ver
la capa del humo de los cigarrillos que se iba haciendo más densa y oscura
a más arriba miraba, calentando e inundando la clase de olor a tabaco. Era
febrero y las ventanas todavía no estaban abiertas, fuera hacia sol. La clase estaba llena de gente, con sus plumíferos y sus anoraks. El
ambiente era casi irrespirable.
Juan Ramón ya estaba escribiendo en la
pizarra, tan pulcramente como siempre, hablando con esa voz queda que le
hacía parecer un sumo sacerdote. Su letanía era toda la banda sonora de la
clase. Ni siquiera el ruido de abrir la
puerta, o el de una mosca que revoloteaba cerca de la mesa, bajo los rayos de
sol que entraban por una ventana, podía alterarla.
Seleccioné con la mirada una de las sillas
vacías de las últimas filas, cerré la puerta con sigilo, y me dirigí hacia ella
con el menor ruido posible y mi libreta bajo el brazo.
Uno no se podía fiar de Juan Ramón, podía
dar las notas hoy, o cualquier otro día.
En la última fila me pareció adivinar sentados a mis padres, atentos a lo que hacía, con su cara de escepticismo acerca de mi
capacidad de sacar adelante lo que estaba haciendo, porque ya hacía más de tres
años que no conseguía aprobar aquella asignatura; muchos resultados de
"cero punto cero"; aunque ahora, al menos, ya era consciente de que no sabía
lo suficiente para sacar una buena nota, no había salido de mi casa en un mes para preparar
el examen; continúe caminando hacia la silla esquivando anoraks y
plumíferos, tirados por el suelo o colgados de las sillas. La clase estaba ta llena porque casi todo el mundo se quedaba atrancado en esta asignatura antes de seguir con la carrera.
Cuando ya había llegado pero antes de que pudiera sentarme en la silla
que había escogido, Juan Ramón se dio la vuelta de la pizarra y me vio,
interrumpiendo su esotérico discurso.
- A ver, usted, ¿porqué está en esta clase? ¿No sabe que está
aprobado?
Sorprendido antes de sentarme, sentí las
miradas de toda la clase. Se las adivinaba llenas de envidia, Yo ya no tendría
que abrir nunca más esa puerta.
Apenas pude balbucear un gracias, mientras
volví a abrir la puerta para salir, tan rápidamente, que las miradas de envidia se
convirtieron en una gran carcajada de solidaridad.
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Escuela de escritores
domingo, 7 de febrero de 2016
Por si les interesa
SÍ, quiero que vuelva a gobernar el PP
(por eso le he dado más votos que a nadie), aunque NO, no quiero que siga
haciéndolo como hasta ahora (por eso no le he dado suficientes votos). NO, no quiero que gobierne el PSOE (por
eso le he dado menos votos que nunca).
CIUDADANOS es limpia porque es nueva y
tiene ideas nuevas porque es joven (por eso le he dado sólo el cuarto puesto). Además, su líder es catalán e intentará resolver el problema, no
enterrarlo. Estoy muy cabreado con el sistema: con la
corrupción, con la alternancia, con el inmovilismo, contra la intolerancia que
genera el sistema cuando le doy suficientes votos a algún partido, (por eso he votado a
PODEMOS como tercera fuerza).
El CAMBIO que he votado es que el PP NO
lo siga haciendo igual, a saber: porque es lo único, porque es por mi bien,
porque impone sus puntos de vista,…; que la alternativa no es buena
automáticamente, como hasta ahora. El cambio NO es un gobierno progresista ¿qué
es esto? Ni de izquierdas ¿qué es esto? El CAMBIO es hacer muchas cosas
que solamente se pueden hacer entre varios: quitar el Senado, reformar la ley
electoral, mejorar la reforma laboral, la justicia, garantizar las pensiones, mejorar nuestra Constitución…
Ningún votante entendería que las tres
fuerzas no se pusieran de acuerdo por el cambio.
Si no se ponen de acuerdo, ¡que cambien a
las personas y vuelvan a hablar!
Los de PODEMOS no llevan corbata, pero
son muy listos y, si los que defienden el sistema no se ponen de acuerdo, ellos
lo desmontarán piedra por piedra y montaran uno nuevo, como ya hicimos hace 40
años.
Ningún votante entendería que nadie se
pusiera de acuerdo con ellos, “… no lo veo…”, como decía alguien, por eso quieren la exclusiva, y participar para garantizar el control, es ahora o nunca.
¡Ah! Y si me vuelven a preguntar, seguiré
respondiendo lo mismo, cada vez un poco mas cabreado.
Paquito Pérez Alcalá, DNI 43.526.979Z
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elecciones
domingo, 31 de enero de 2016
La abuela y las acelgas (reloaded)
María tiene el
pelo muy blanco. Cuando baja para comprar, se la puede encontrar en la calle
con su carro de cuadros con ruedas, en el colmado hablando con el tendero de
toda la vida, o con la dependienta de la panadería.
Apenas ve a sus
tres hijos, porque viven lejos, aunque habla casi a diario por teléfono con
Marta. Le gusta su casa, nunca ha sido una opción ir a las de sus hijas.
Recordaba con horror aquellas Navidades que fue a casa de Marta, no le gustó
nada estar lejos, sin su vajilla ni su aparador,...
Siempre viste una
falda en tonos oscuros, su jersey ahora verde botella, ahora azul marino, su
pañuelo al cuello, su pelo blanco y aquellos zapatos con un poco de tacón que
le hacen parecer un poco más alta.
Hoy se ha puesto
un jersey color mostaza, es un día especial. Andrés viene a comer. Andrés es el
mayor de sus hijos y el único varón. Desde que supo que venía, las comisuras de
sus labios están permanentemente levantadas. Ni siquiera Marta ha conseguido
convencerla que no hay nada por lo que alegrarse.
En el aparador del
salón quedan pocos platos de su vajilla de La Cartuja. Se acuerda de Esteban
cuando la compraron en aquel viaje a Sevilla. Entonces llenaban su apartamento
de 80 metros cuadrados con cosas que cada día lo hacían más su hogar. Sus dos
hijas pequeñas eran una monada y Andrés era un niño especialmente revoltoso,
como tienen que ser los niños.
Esteban encargó el
aparador y el mueble del salón. Tan especiales, ¡tan su casa!, su vida se
podría describir a través de este tipo de alegrías, cuando Esteban le hacía un
regalo en algún aniversario de boda. Los años pasaron, Esteban murió y los
niños se fueron.
Se asomó al salón
para sonreír un poco más y ser consciente de estar en su casa. Se acercó al
aparador, lo abrió y destapó la azucarera, acariciando la loza, en la que
guardaba sus ahorros. Después de que Esteban se marchara, había conseguido
hurtar unos pocos euros, antes pesetas, de su pensión cada mes, mes tras mes, y
guardarlas en el azucarero.
Lo guardaba para
pagar el viaje a Sevilla y completar la vajilla con los platos que le faltaban.
Era su secreto y eso la hacía muy feliz.
Había comprado las
acelgas en el colmado, y empleado más tiempo del normal para limpiarlas y dejar
solamente aquello que iba a cocinar para Andrés. Guardó lo que sobró en la
nevera, comería más veces. También había hecho salsa de tomate, no de lata
claro, sino pelando tomates naturales y friéndolos con un poco de cebolla,
Andrés disfrutaría con eso. Le había comprado al tendero de la esquina un vino
y había hecho un exceso en la pastelería, comprando unos bocaditos de nata.
A la una lo tenía
todo listo, se quitó el mandil y se sentó delante del aparato de televisión, un
aparato que ocupaba un lugar enorme delante del sofá.
Gracias a ese
cacharro había averiguado el teléfono de La Cartuja, habló con ellos y fueron
muy amables, averiguó que podía completar su vajilla en Sevilla. No había
entendido eso de que podía comprarlos por internet y pagado con la tarjeta de
crédito, demasiado moderno para ella.
Las dos y las
comisuras de sus labios seguían apuntando arriba.
Las dos y diez y
suena el timbre de la puerta.
El abrazo es largo
y real, la visita ya casi ha valido la pena. Saludos de rigor, reproches no
expresados, tanto tiempo,…. Los ojos de Andrés rebuscan algo diferente, pero
todo está igual mientras sigue a su madre al salón.
Le cuenta
novedades que ella no entiende, Andrés siempre fue un poco incomprensible, sus
historias siempre parecían estar por encima de una vida común, conocía a gente
importante. Andrés siempre había tenido predisposición para exagerar. Alegría
de volver a casa, tiempo para los recuerdos de rigor. La falda, los tacones y
el pañuelo le dan una buena imagen, Mamá, te veo muy bien,… para ti no pasa el
tiempo,… y para tus muebles tampoco,…
Las acelgas, el
tomate y las patatas están realmente buenos. La conversación gira alrededor de
recuerdos que son mejores cada vez que los repiten, pues cada vez olvidan más
lo malo que tenían. María no tiene ningún cuidado por disimular el cariño que
Andrés le provoca…
Se sientan en el
sofá después de comer para tomar los bocaditos de nata, los recuerdos siguen
fluyendo, pero la conversación se acerca al motivo por el que Andrés ha venido
a comer. Andrés trabaja para una de las más importantes firmas de abogados del
país. Esta trabajando en un proyecto importante, a punto de hacer algo que, sin
duda, le hará salir en los periódicos,… sólo que necesita algo de dinero.
María le mira
extrañada, ella no tiene dinero, y él ya lo sabe.
Andrés no insiste,
Andrés es así, y pide un café.
Mientras María
prepara el café en la cocina, recuerda cómo su hijo revoltoso se había
convertido en un hombre que Esteban no podía soportar, y cómo le echó de casa a
pesar de sus súplicas. María se ha estado ocultando el recuerdo de la última
vez que Andrés vino a comer. Entonces se enfadó con ella por su falta de
ambición; después de decirle lo buenas que estaban las acelgas y casi acabarse
la botella de vino, empezó a echarle las culpas de lo difícil que era su vida
desde que su padre lo echara de casa, cada vez más enfadado, ella recuerda
como, con horror, acabó renegando de su padre y rompiendo contra el suelo los
platos de la vajilla elegante antes de marcharse de casa, sin despedirse,
dejando un poco más vacío el aparador. Ya había pasado más veces.
Un portazo le
devuelve al presente, a la cafetera y a Andrés. Cuando sale al salón no
encuentra a Andrés, pero el azucarero está abierto al lado del plato vacío de
acelgas con tomate.
María se sienta en
el sofá para asumir lo que le ha pasado. No podrá comprar los platos que Andrés
había roto, se ha llevado su secreto con él, pero, al menos, se ha marchado sin
romper ningún plato.
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