Elisa entró en la sala cuando ya todos estaban sentados. Se abrazó emotivamente con Jorge, pero no saludó a Juan y ni a su mujer, que la miraron fríamente. Ellos estaban sentados en las sillas de en medio. Juan, de brazos cruzados sobre su elegante corbata amarilla; ella impresionante, como siempre, tan rubia y con esos ojos tan grandes y tan azules; incluso sentada parecía más alta que Juan.
Elisa se sentó con nosotros mirando hacia la puerta, esperando.
Al cabo de un rato la puerta se abrió y entró un médico con la bata blanca y ese ridículo gorro verde que se ponen para taparse el pelo, todos nos levantamos... ¿doctor?
El señor Miravillas no se repondrá de este infarto, no sé las horas que le quedan. Ahora está consciente y muy débil. Si le quieren ver con vida otra vez, solamente les quedan unas horas. No podemos hacer nada más; si quieren pueden pasar un rato a la habitación, ¿cuántos son? Esperen un poco, ahora les avisan.
La sala tenía tres filas de sillas amarillas frías y metálicas, dos contra las paredes y una doble en el medio. Las grandes ventanas servían de poco frente a la fría luz de las luces de neón. Desde fuera se filtraba la mortecina luz del atardecer, de un cielo plomizo que soportaba una persistente lluvia. El silencio ocupaba el resto de sillas. No hablábamos, lo que no sé si era la causa o el efecto de la incomodidad que flotaba en la sala.
Mis pensamientos me recordaron a Papá. Con el esfuerzo de toda su vida había conseguido levantar la cadena de supermercados más grande del país. Era recto como pocos, y mantenía sus principios firmes en cualquier situación.
Dicen que nunca pudo soportar venderle su cadena a los ingleses. Casi todo el mundo piensa que fue perder el esfuerzo de toda su vida, pero yo sé que fue porque yo dejé de quererle. Nunca entendí su decisión. Él pensó que era necesario quitar a Jorge de su puesto y poner a Juan. El suegro de Juan había hecho una buena oferta por el negocio.
Jamás se lo perdoné a Papá. Jorge llevaba mucho tiempo trabajando, ayudándole y no se merecía que lo apartaran. Fue injusto, no fue digno de Papá y de todo lo que me había enseñado. Desde entonces yo apreciaba mucho más a Jorge, que le transmitía a todo e que hablaba con él la amargura que sentía. Nunca había vuelto a hablar con Papá.
Todos entramos. Había poca luz. Solo el ruido del aire y una pantalla que dibujaba lineas verdes que daban saltos y emitía apagados bips parecía hacer que la habitación existiera. La pantalla parecía estar conectada a Juan padre, que abrió los ojos al verlos entrar. Se le abrieron mucho más al vernos a mí y a Jorge.
Como si tuviera prisa por decirlo se dirigió a ellos en voz baja.
Lo siento Jorge,aunque creo que no te ha faltado de nada, pero yo ya estaba muy cansado, tenía muchas ganas de ir a reunirme con vuestra madre. Fue difícil, tenía que decidir entre un hijo mío y otro, pero también entre seguir luchando o dejar de hacerlo. Estuve apunto de arrepentirme por Elisa, pero sigo pensando que era lo mejor para todos, necesito que Elisa y tú me perdonéis.
Tenía que decirle algo a Papá, a fin de cuentas, habíamos ido para esto, pero yo no fui capaz. Seguía pensando que si Papá hubiera actuado como me enseñó, no hubiera hecho lo que hizo.
No fui capaz y salí de la habitación sin decir nada, con lágrimas en los ojos.
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