Sus ojos no eran azules, sino de un color como violeta en lugar del color que guardaba en mi sub consciente: el cielo de por la mañana temprano. Veía su silueta que también recordaba de cuando lucía el sol. El mar acariciaba las rocas, reflejando la luna en el blanco de la espuma. La discoteca de moda ponía la música de fondo y arrojaba luces verdes, violetas y rojas, desde el hueco en la roca en la que estaba. El firmamento era negro, negrísimo, pero lleno de estrellas que temblaban de miedo por estar en donde estaban, supongo. El mar y la noche se juntaban en el horizonte especialmente nítido. No hacía frio, era verano.
Mirábamos la hermosa noche cuando un cometa recorrió la oscuridad durante unos segundos. La explicación que me pidió no era la que le ofrecí, yo sabía porqué había pasado, y quedaba a años luz de la que ella esperaba, yo era joven. La luna proyectaba una penumbra que me permitía ver su figura y sus ojos de hada.
No os podéis imaginar mis conclusiones de esa noche, pero por la mañana había decidido irme a buscar las estrellas para regalárselas.
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