Las luces de San José se apagan y encienden rápidamente en el valle, casi
todas de color naranja. Con voz agradable, un músico con una
guitarra llena de música el ambiente, después de cenar.
Mi cuerpo parece que pasa a un estado lejos del paisaje, de la situación. Es una sensación
agradable: todo parece transcurrir como si se pudiese ver desde
fuera, la realidad ajena a su percepción. Por
momentos la sensación es conocida ¿cuándo he vivido yo esto?
Repaso mentalmente mis sentidos para intentar acordarme.
No huele a nada reconocible ni raro. No estoy solo; los sabores, Coca-Cola y
comida de un restaurante español no me dan pistas adicionales; la música en
directo, el oír a alguien con voz suave, música no
estridente, la temperatura que envuelve mi cuerpo,... sí me trae recuerdos,... ; ¡la malta!, sí,
echo de menos la malta fría, ahora por mi edad ya no bebo alcohol, y se van formando los
recuerdos: la música y el sabor que falta.
Por momentos, la realidad se aparta de mis
sentidos y se deja observar: las luces, la noche, la música,
la presencia de gente que me acompaña, todo parece una película
proyectada en el salón de mi casa en donde suena la música, y falta
el sabor de la malta fría.
Esta sensación ha venido a
mi varias veces: sólo, malta fría, música que suena en directo, temperatura. México
en la calle Río Lerma después de tomar una pizza, dos niños de apenas
diez años, sucios, fuera de lugar, me piden un peso, supongo que para
que la escena pueda continuar, mas gente pasea por la calle; Bogotá,
en un hotel en donde canta una mujer que se parece a la de Forrest Gump, después de cenar, mientras una aparato de televisión en silencio, intenta colarse en la imagen (un noticiario); la terraza de Panamá, viendo la
sombra del Pacifico por la noche, marea alta, con las luces del casco antiguo
reflejadas; ahora en San José, con la ciudad a mis pies, y esa música, ...
es necesario tardar en pedir la cuenta,...
Creí que la
soledad era el factor común con el que identificaba estos momentos, pero ahora no estoy solo,
es un lugar conocido, la música es conocida y el lugar es conocido: el precio de la agradable sensación no
era la soledad.
Se trata de observar, de no necesitar a la
realidad para saber que existes, no luchar contra cosas en que participas, sino
ver escenas que son, independientes de ti, y que demuestran que el mundo puede
seguir existiendo sin que tu participes. Y la comisura de los labios se tuerce
hacia arriba y mi cuerpo parece darse cuenta que todo ha valido la pena.
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