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Todos mis hijos varones se han apuntado a jugar a rugby. Descubrí el rugby jugando con La Salle cuando estudiaba ingeniería naval en Madrid y, desde entonces, sé que es algo más que un deporte.
El rugby exige esfuerzo, y éste, como en la vida, no siempre es recompensado: a veces se te cae la pelota de las manos, estúpidamente, a pesar de que has recibido esa bola miles de veces, y has puesto las manos como tienes que ponerlas; o se te escapa al que tienes que placar, a pesar de haber placado abajo; o, simplemente, no eres suficientemente bueno.
A veces recibes una bronca de los que tienen experiencia y no puedes abrir la boca y decir en tu defensa que te has esforzado, sino soportar la bronca y seguir intentándolo. Coraje es la palabra que describe esto.
Estar en fuera de juego perjudica al equipo, no eres tú el que provocará que castiguen a todo tu equipo. Curiosamente, las reglas hacen que estar en fuera de juego sea una temeridad: todavía te acuerdas de lo que te hicieron la última vez. A veces te sale un partido redondo, pero tu equipo no ha sido capaz de hacerlo bien, …esos fallitos, …el entrenador tenía razón y te pones igual de triste que si se te hubiera caído la pelota de las manos. Lo que cuenta es el equipo, no solo tú.
Las normas se cumplen siempre, si no te retiras 10 metros inmediatamente cuando te han castigado, te castigarán más. “Señor” es algo que se aprende a pronunciar con respeto y no se puede discutir con él.
Y qué feo resulta pegarse, a pesar de que te hayan metido un dedo en el ojo, o dado una patada en la boca. La forma de responder a esto es olvidarse y seguir esforzándose.
¡Cuantas broncas tendríamos en esta vida si pensáramos que nos hacen daño adrede!
Es difícil calentar estas manos frías si tienes empapado hasta el bucal. Jugar ha sido más difícil de lo que creías. Después de jugar, descubres que el campo estaba embarrado. En la ducha descubres las múltiples heridas que te ha dejado el partido y que ni habías sentido.
Qué bonito es que todo un estadio se calle para que el zaguero del equipo contrario pueda patear a palos y ganar el partido. O pedirle al de al lado que deje de meterse con el árbitro, a pesar de ser el padre o la madre de uno de tu equipo.
Al rugby puede jugar el pequeño y el grande, el rápido y el lento, el gordo y el flaco. Los que ven el partido desde fuera recompensarán cualquier esfuerzo con un aplauso. A eso se refiere ser todos iguales, no a que todos seamos los más capaces.
El rugby te enseña que ganar no es la verdadera meta. Debes aplaudir al adversario, hayas ganado o no. Podrías discutir, con alguien que no sabe de rugby, que la charla del final del partido no ha sido una “comida de coco”, sino que has aprendido un poco más a ganar o a perder, que has aprendido cómo hacer para que el esfuerzo sea más rentable la próxima vez. ¿Nos damos cuenta de esto?¿Es igual en otros deportes?
Los valores que se crean dentro del campo, “el tercer tiempo”, se extienden fuera y el conjunto de amistades que haces perdura. Increíble ver un partido de la selección en “El Central”, y luego invadir el campo para ver a esos que son muchísimo más grandes que tú, para saber que compartes sus valores o, simplemente, para hacerte una selfie.
Todo esto, que tú sabes, y que es muy difícil de explicar: es rugby.
Hay un rugby amateur y otro profesional. Aparte del dinero, la única diferencia que hay entre los dos, es que los profesionales necesitan ganar. Tal vez por eso tardamos tanto en olvidarnos de que el médico certificara que el jugador no podía seguir, cuando veíamos el “Cinco Naciones” en la tele, y disfrutar ahora de auténticos atletas a los que pagamos para que lo sean, y nos enseñen cómo se placa, cómo se percute, cómo se corre la línea o cómo empuja una delantera. El rugby profesional también es rugby, pero no es lo que yo quiero para mis hijos
Es una lástima que un magnífico club como es el Alcobendas haya gente que piensa que es necesario ganar a toda costa, incluso poniendo siempre a los mejores, olvidándose de que es educación lo que la mayor parte de padres, creo, buscamos.
Pedro Puig
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