Sentado en el sofá de mi casa
estaba esperando que llegara la cena. Mientras tanto, la música
sonaba en mi equipo de video y música. Hacia tiempo que no oía
tan atento un concierto de Tchaikowsky dirigido por von Karajan en 1.985, en
Berlín, el mejor según los críticos.
Oí un chasquido en la ventana y el
aviso del equipo externo sonó
claro: ya había llegado mi
cena. Fui hasta la cocina en donde el visor del artefacto mostraba el pedido
que había llegado. No, no se habían equivocado
esta vez, y mi pizza favorita estaba en la caja.
Repasé las cosas
que habían pasado en los anteriores 30 minutos. El equipo que ahora estaba
reproduciendo en sonido e imagen del concierto, una mezcla de la televisión
y el equipo de música del siglo pasado, conectado a Internet, incorporaba un
sistema de control por voz, que no recordaba si había aprendido a
manejar en el colegio, o el instalador me lo enseñó.
A una orden, apareció la página de la pizzería que estaba a dos manzanas de
mi casa. Me identifiqué
y el sistema me ofreció mi pizza
favorita. Casi que pude imaginar cómo, en la tienda, un empleado
ponía la masa en el molde de metal, rellenaba los ingredientes y la
metía en el horno. El proceso de elaborar la pizza final, "una 7
con picante" iba a ser lo mas largo de todo el proceso, pero valía
la pena, porque las pizzas de "la esquinita" eran las mejores.
Caliente y recién salida del
horno, el empleado la metió
en una caja de dimensiones estándar
y la mandó a su estación de drones de envío. Hacia tiempo que los sistemas
de comunicación terrestres se habían saturado, y en coche, moto o
bicicleta hubiera sido imposible recibir la cena en menos de 30 minutos,... a
menos que llegara volando.
Cuando aparecieron estas máquinas
el fenómeno fue una moda. Los gobiernos intentaban regular su uso
desarrollando complicadas fórmulas que lo único que hacían era dificultar su uso. Se había limitado su
velocidad máxima a 30 km por hora. Circulaban a una altura suficiente
para que fuera difícil que algún delincuente los capturara y usaban un GPS convencional para
encontrar su destino. Usaban calles superpuestas de las terrestres.
Estas calles eran iguales, solamente que siempre se podía
circular en los dos sentidos. Usaban un GPS y pronto se
desarrollaron sistemas capaces de dirigir con seguridad al dron hasta su
destino.
Los GPS militares tenían
una precisión máxima de unos cinco metros y los comerciales de 40 metros. La
respuesta para manejar el tráfico de los drones no era establecer costosos sistemas de tráfico
centralizado, que algún gobierno había probado. La forma de controlar a los miles de drones que volaban
encima de las ciudades nació
del desarrollo privado, en Madrid creo. Una empresa
desarrolló un chip que todos
los drones clase DSD llevaban, y que era capaz de hacer tres cosas:
- Detectar la presencia de otro dron (chip),
y cambiar automáticamente su trayectoria para esquivarlo, si encontraban.
Para poder certificar un nuevo dron era necesario
pasar diferentes y exhaustivas pruebas. Las pruebas intentaban forzar las
condiciones en las que dos o tres drones chocaran en el aire. El chip era capaz
de detectar la presencia de otro dron en una esfera de 20 metros. El dron debía
ser capaz de cambiar su posición en menos de dos segundos. Para
que dos drones chocaran se tenían que dar circunstancias
excepcionales y las pruebas se hacían a velocidades del doble de
las permitidas.
- Una vez localizado el punto de aterrizaje,
era capaz de negociar con el chip del punto de aterrizaje, sus posiciones
relativas, y hacer un aterrizaje controlado y suave.
Aunque casi todos los drones disponían
de paneles solares, energía barata, los drones todavía tenían
problemas de autonomía.
- El chip era capaz de conocer la energía
disponible y compararla con la necesaria para llegar al punto de repostaje mas
cercano. Se encargaba de dirigirlo hasta allí en el caso
de que la energía fuera insuficiente para llegar mas lejos.
Cuando un dron era certificado, el chip se
conectaba al sistema de mando. Al dron se le dejaban todas las otras tareas de
la navegación, si podía entregar, recoger,... solamente debía tener
registrada la dirección de destino. Era difícil que un dron se perdiera.
Todos los drones hacían una búsqueda al llegar a su destino, hasta que contactaban con el chip
de aterrizaje.
Así pues, 20
minutos después de ver mi pizza en el video, el dron salía
de la azotea de la pizzería con destino a mi casa y, 5
minutos después, esta llegaba, caliente, a mi ventana.
Hacia un año que había
pedido la instalación de una estación capaz de recibir drones. Cuando el dron llegó con su pedido depositó la pizza en la caja y se
comunicó con el sistema para comunicarme lo que llevaba. Pasé mi tarjeta por la ranura para confirmar y pagar el pedido después
de analizar que era lo mismo que había pedido (única
intervención humana que quedaba, ademas de comerla). El artefacto de mi
ventana era capaz de recibir y entregar una carga de tamaño
estándar
En el caso de que pasara un tiempo sin
recogerlo, recibiría un mensaje en mi teléfono y, en el peor de los casos,
y me olvidaba de la pizza, podría sacarla después
bien fría, aunque en este caso, "La Esquinita" me cargaría
el importe del pedido. Si la pizza seguía en la caja
un tiempo, otro dron para devoluciones retiraría la mercancía.
Mi pizzería no cobraba si fallaba en la entrega, y se comprometía
a recoger el pedido no consumido. Si no fuera así, me tocaría
limpiar el artefacto.
Mientras sacaba mi cena del artefacto, no
pude mas que observar la maniobra de aterrizaje de otro dron en el artefacto de
la ventana de un vecino, levantando la vista se podían ver las
luces de dos o tres drones mas, el paisaje había cambiado, era la hora de la cena.