Ayer estaba cenando en manga corta cuando entró una mujer con un abrigo. Esto me permite hacer comentarios desde otro mundo, el mío, viendo lo que pasa por delante.
Yo pensé que conocía el significado de la alegría de conseguir algo, y de las penas que cada uno sentimos.
En la televisión en el restaurante hace bien poco que he podido comprobar la alegría universal que supone ganar un torneo o un partido, aunque no conozcas los protagonistas, aunque no conozcas lo que se juegan, la alegría es igual. Esta alegría la compartimos todos, es lo que justifica el éxito universal de unos Juegos Olímpicos, por ejemplo.
En una esquina del restaurante está una pareja. La mirada de “arrobamiento” de ella es otra forma de alegría, más personal, transpira felicidad. Se le ve el gesto reflejado en la luz del quinqué que ocupa cada mesa. Por cierto, el de la mía desprende un olor especial a alcohol de quemar.
Detrás de la barra un sujeto de mediana edad apenas se ha movido en los últimos minutos. Parece el dueño y pone cara de no felicidad, cara de querer cambiar la realidad. Solo hay cuatro mesas cenando en un restaurante con todos los detalles cuidados, el logo: Red Steak & Beer, los uniformes de los camareros, los quinqués, la decoración…
La mirada parece buscar el error cometido y tiene pinta de estar construyendo las excusas, las razones que se explicará a si mismo y a sus amigos después de lo convencido y entusiasmado con el éxito que iba a ser su negocio. Ya no mira con tristeza, sino buscando explicaciones.
El delantero acaba de fallar el gol tirando por encima del larguero la pelota, a pesar de no tener portero. No sé qué se jugaba, su prestigio, su habilidad, su sueldo, el orgullo de su manada,… pero el minuto que ha estado tumbado en el césped, supongo que expulsando a sus demonios, es otra forma de tristeza.
A veces de repente, una sombra parece rozarte el brazo, acompañando al fresco reinante. Recuerdos de algún momento imposible de revivir, ni por el momento ni por los protagonistas que ya no están ni nunca podrán estar.
Entonces despierta mi oído la canción que suena a suficiente volumen a ritmo caribeño:
La culpa no es de mi,
La culpa no es de ti,
Es que el destino es así.
Los amores cobrando nunca llegan al cielo.
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