El 27 de febrero ha tenido lugar una reunión que IESE organiza periódicamente, el Think Tank del CIIL (Centro Internacional de Innovación Logística), patrocinada por MIEBACH, por DHL y por SAP. Estas reuniones no tienen como objetivo extraer conclusiones, sino compartir conocimientos y experiencias para mejorar la Logística.
Esta mañana, sin embargo, se ha podido establecer una conclusión: en el supuesto de reducciones en los ingresos de las empresas de distribución del 20/25%, la propia reducción de la actividad no se trasladará al coste, y casi nada de lo que podamos hacer, manteniendo nuestra forma de trabajar, por bien que algunos ya lo estén haciendo, permitirá acercarnos sensiblemente a la reducción de los ingresos, a la vez que se mantiene la calidad de servicio.
Bien es verdad que operaciones de flujo tenso, reducción de número de referencias, colaboración entre empresas (me ha gustado oír red frente a cadena de suministro) o reducción de artículos promocionales pueden mejorar las cosas, reducir en parte los costes derivados de los stocks que hoy se acumulan en toda la cadena. También que los precios del transporte sí serán más sensibles a la reducción de la actividad.
La verdad es que la conclusión es bastante demoledora, y evidente para mi: tenemos que cambiar nuestra forma de trabajar.
La pregunta final, planteada por Antonio Rodríguez, de MIEBACH es para la reflexión: "Hace 30 años nuestras empresas también conseguían cuadrar sus cuentas y aquellas que lo hacían bien obtenían beneficios ¿qué ha cambiado desde entonces?"
La pregunta tiene mucha más miga todavía, si tenemos en cuenta los recursos que ahora tenemos (tecnología, infraestructuras, información,…), y que antes no teníamos.
A partir de aquí mis reflexiones.
Hace 30 años, cuando yo entraba en el mercado laboral, no existía la sociedad del bienestar como la conocemos hoy en día. Uno ganaba o perdía su trabajo, no era un derecho adquirido. El afán de superación de los que competían conmigo nos hacía a todos trabajar con ahínco, más horas si hacía falta, teníamos auténtica ansiedad por aprender y triunfar.
La política era un reto, un país que cambiar, que construir, a imagen y semejanza de lo que existía en otros países, no había partidos políticos monolíticos y gobernantes como ahora, sino políticos que administraban un entusiasmo colectivo y que, como subproducto, crearon los partidos políticos.
El resultado es que, hubiera tecnología o no, las cosas salían adelante, gracias al entusiasmo y al esfuerzo. También nos conformábamos con mucho menos (colas en una sanidad por construir, esfuerzos no solo para pagar impuestos sino para calcularlos, una educación todavía no universal, los pisos en alquiler, nuestro parque automovilístico, las carreteras,…).
Los bancos se portaban como bancos, es decir, si tenías dinero (o era clarísimo que ibas a devolverlo) te lo dejaban, si no lo tenías no.
Ese entusiasmo colectivo era capaz de hacer una piña alrededor de un proyecto común (independientemente de si eras del Madrid o del Barça, como dice un amigo mío).
Hoy en día nuestros políticos son gobernantes contratados por los partidos políticos, no existe un reto común, y por lo tanto ningún proyecto, y nuestros políticos son incapaces de ponerse de acuerdo en absolutamente nada, lo que acaba arrastrándonos a todos a discutir y descalificarnos en la calle.
Y aquí llega la crisis y resulta que, o cambiamos la forma de trabajar o no saldremos adelante. Creo que esa conclusión no solamente se aplica a la logística.
Pedro Puig
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