Las tazas de porcelana azul estaban en la bandeja sobre la mesa junto a la tetera con el café. Parecía que estaban en la misma bandeja de siempre, colocadas de la misma forma, pequeñas, con delicados dibujos azules, apoyadas en pequeños platos. Creo que toda la vida había tomado café con ellas.
— Deberías volver a hacer ejercicio — dijo Elena, — seguro que te iría bien —.
En la tele un busto parlante explicaba qué hacer en las próximas elecciones. Como todos, el político que hablaba explicaba lo fácil que sería arreglar todos nuestros problemas sin hacer casi nada, solo votándole a él.
— ¡Estos se creen que todos somos tontos! —
— No te preocupes que iré a votar. — tuve que decir algo.
— ¡Espero que a estos no!
Un reflejo del sol en la cristalera de una obra cercana interrumpió la conversación y me hizo mirar por la ventana. Era un edificio en construcción que empezaba a parecerse a los de su alrededor, un conjunto de peceras amontonadas.
— ¿Crees que eres demasiado mayor? — siguió insistiendo Elena.— vete al médico si no te encuentras bien, tienes mucho que hacer todavía. —
Como si sirviera de demostración a lo que estaba diciendo Susana, mi hija, entró en el salón.
— ¿Te traigo algo papá? — Susana se paró con su abrigo dirigiéndose a mi de pie al lado del sillón, antes de salir a la calle.
— Nada, gracias.—
Recordé otra vez la atención que todos en la familia me brindaban, atentos siempre a lo que pudiera necesitar. Sólo tenía que olvidarme de todo lo que había hecho a lo largo de mi vida, bueno o malo, todo era nuevo ahora. Supongo que debía reconocer que no necesitaba nada más.
Elena aguantaba una de aquellas tazas en la mano, ya llena de café, y en la otra una cucharilla que parecía una señal de interrogación.
— ¿Azúcar? — repitió.
No sé si estaba distraído por la tele o si fue mi propia falta de habilidad, pero al acercarme la taza intenté sujetarla y con gran estrépito la taza cayó al suelo y se rompió, el café con leche de un color marrón oscuro se esparció sobre el suelo de madera del salón.
Después de un silencio instantáneo, rápidamente Elena se levantó y dijo — Ha sido culpa mía, no te preocupes — saliendo rápida hacia la cocina.
El charco del café ya no se expandía y ahora parecía grueso sobre la madera del suelo salpicado por los trozos de la taza rota.
Apareció Elena armada de una fregona y un cubo con agua.— Tranquilo, yo lo recojo, no tiene importancia.— Recogió los trozos de la taza, los puso sobre la mesa y luego pasó la fregona. Al terminar se llevó los trozos de la taza rota a la cocina.
Cuando volvió de tirar los trozos de la taza a la basura en la tele ya habían acabado con las elecciones y estaba hablando de otro accidente de coche.
miércoles, 10 de abril de 2019
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