¡Qué desastre han hecho!, o ¡Podrían haberlo
dejado como antes!, son frases que se oyen a menudo. En parte la costumbre, en
parte el buen gusto que solemos arrogarnos como "el único" o "el
bueno", nos invitan a pensar en que lo original, lo que estaba antes, lo
que conocíamos, siempre será lo mejor.
Hay una parte de verdad cuando lo que se
cambia es especialmente bonito. Bonito es aquello en lo que la gente puede
ponerse de acuerdo en que lo es, una obviedad, pero también será bonito aquello
que es muy visitado o que despierta un determinado interés. En este caso el
riesgo he se corre al cambiarlo es que su interés baje, por lo que podemos
afirmar lo primero. El mundo está lleno de ejemplos de cosas que no son bonitas
pero que despiertan nuestro interés, por ejemplo la Tour Eiffel, ¿qué haríamos
sin ella? si hubiera triunfado el ¡Qué desastre!
Sin embargo, a menudo nos olvidamos que tal
vez quien hizo el original puede tener tanto mérito o puede ser tan bueno como
quien lo cambia. Tal vez el original, por bueno que sea, necesita cambiarse,
aunque la razón pueda no ser evidente.
Lo único manifiestamente criticable de las
dos frases, es cuando se asume una idea universalmente aceptada para la
belleza, que no existe, le pese a quien le pese, o cuando la hacemos comparada
con nuestra idea personal de la belleza, todavía peor. Error solamente
equiparable con esas ideas nacionalista, justificables por la ausencia de
puntos de comparación o, simplemente, por la falta de criterio.
Incluso en el caso de que se trate de
razones estéticas, siempre es necesario sospechar de afirmaciones inequívocas.
Conozco un caso similar, aunque nada tiene
que ver con la belleza, y que me hace tener comprensión hacia los políticos,
cuando tratan de averiguar lo que es mejor o peor, y qué es lo qué necesitan
sus gobernados.
Existe una carretera muy estrecha y muy
transitada en las dos direcciones, que yo mismo y mis hijos, por supuesto,
recorren muy a menudo en verano. Desde que tengo uso de razón he circulado a
pie y en coche por allí, siempre con un cuidado extraordinario para no llevarme
por delante a algún peatón, o para que no se me llevaran por delante.
Este verano, por fin, después de tantos
años, la autoridad ha tomado cartas en el asunto y ha puesto una flamante señal
de dirección prohibida para limitar el tráfico en un solo sentido en la
carretera. Mis hijos corren menos peligro y yo mismo puedo ir con menos
cuidado.
¡Podrían haberlo dejado como antes!
Efectivamente la medida exige un sacrificio,
en forma de ligero incremento de distancia (básicamente que algo cambie en el
mundo). Algunas de las personas condenadas a ese sacrificio, o que estiman que
es superior a lo que ha diminuido el riesgo que corren sus hijos, han recogido
firmas para quitar la señal, ¡y la señal ha desaparecido!, con el mismo
silencio con el que apareció.
Como digo, este tipo de cosas me hacen
compadecer a los políticos y la la gente con iniciativa que empujó la acción. Entiendo que las cosas puedan ser mejores cuando
cambian. O simplemente sonrío cuando alguien afirma ¡Qué desastre! ¡Podían
haberlo dejado cómo estaba! ¡Será la vejez!
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