Yo era muy joven, apenas empezaba a
trabajar. Recuerdo una comida con mi jefe de entonces. Me había hecho una
pregunta y le dije que tenía tres cosas que decirle. Estaba seguro de lo que
iba a decirle, era joven y en cualquiera de las cosas que hacía intentaba
demostrar seguridad y confianza. Tenía la sensación de que la comida era muy
importante en mi vida, era mi jefe, mayor razón para demostrar seguridad en mi
mismo.
Mi jefe no me felicitó por las cosas que
le dije, las escuchó atentamente, pero no pareció impresionado por mi
seguridad, ni las puso en duda, ni me dio las gracias por mis elaboradas
opiniones.
Con aire cansino, se limitó a decirme algo que me sorprendió y que no
entendí en aquel momento.
- Nunca digas tres, di varias,
de esta forma, siempre podrás añadir alguna más.
Por supuesto le repliqué que si decía
tres es porque había tres cosas y no cuatro, intentaba demostrar seguridad.
La comida bajó mi respeto por aquel jefe,
reforzó mis opiniones ya que él no las contradijo y pensé que había aprovechado
la oportunidad que me brindó aquella comida. Su frase casi pasó inadvertida
para mi.
El paso del tiempo me ha recordado
aquella comida muchas veces, si fue una oportunidad no la aproveché. Ahora sé
que muchas veces las formas son más importantes que el fondo, que es más
valiosa la prudencia que la seguridad, y he descubierto que las cosas cambian
con una velocidad pasmosa. Aquella frase ha pasado a ser importante.
Ahora ya sé que, por mucho que estén seguros, que no se puede decir en clave política, ¡No se puede hacer otra cosa
que lo que estoy haciendo!, o ¡Jamás pactaré con el Partido Popular! Quien dice
cualquiera de esas dos cosas no demuestra la capacidad suficiente para gobernar. Además, es posible
que los dos estén condenados por el electorado, su jefe, a pactar y a hacer las cosas de
forma diferente a como las han estado haciendo.
¡Mejor dijeran varios en lugar de
demostrar lo seguros que están!
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