Años atrás, la época de Navidad no ha sido para mi uno de esos tiempos especiales que te marcan. Siempre he pensado que pasárselo bien es espontáneo y que nadie le puede obligar a uno. Eso sí, ciertas tradiciones han sido parte importante de mi vida en Navidad. La comida del 31 de diciembre, la comida en El Cantábrico el 5 de enero, los regalos de mayores el 5 de enero, la comida de mi madre de Navidad, la ceremonia de la lotería, soportando el “repartir” de los periodistas olvidando lo que aprendieron en su carrera, cuando deberían de decir “concentrar”. Poner el árbol y el belén. La ilusión de mis hijos el 6 de enero. Las uvas.
Una cosa en casa, todos los años, todos los días, a todas horas, era capaz de recodarme que era Navidad: los Villancicos. A partir de un día no paran. Están los serios, los de Frank Sinatra, están los propios como los de La Berza, coro de amigos y familiares que cantan casi todos los años. Están los de risa en donde el doblador de Goofy canta villancicos con aire divertido, y los tradicionales de Iberia que, además de acercar la Navidad, acercan el pasado.
Este año se van a romper muchas tradiciones y lo odio profundamente. No habrá comida en el Zaca el 31/12. No habrá comida de Navidad en Barcelona con mis padres, no habrá fiesta de fin de año. Mi padre ya no puede estar, le echo de menos cuando era joven y tenía energía, entusiasmo. El otro día pensaba en voz alta escribiéndolo en un papel que, cuando enfermó, transformo su entusiasmo y energía de primera clase en dignidad de primera clase y convivió con nosotros, sin molestar, hasta que se apagó.
El gordo sí mantiene su tradición y se mantiene alejado, aunque esta vez, por la diferencia de horario no he sido castigado/acariciado por el sonido pertinaz de los cantores de Viena,… ¡perdón!, de La Granja,… ¡perdón! de San Ildefonso. Se ha mantenido el árbol que nos vigila, este año de rojo, desde una esquina del salón y el belén, construido en la misma mesa de siempre, parecido al de siempre.
Fuera de las ventanas, todo recuerda que todo es diferente. Calor, casi 30 grados, el cielo azul, ya por fin no llueve. Ayer en casa de unos amigos probé unos Tamales muy buenos. La bebida era licor de manzana con brandy, o té verde, galletas sin mazapán, Ron Pope,… ¡todo diferente! Navidad será en casa con amigos, lejos de la familia, lejos de nuestros recuerdos de felicidad compartida. Pasaremos el fin de año en la playa.
No es sólo de esta época, pero en el coche los “aborrescentes” siguen con sus cuitas, retándose siempre, el pequeño comportándose como tal, todos peleando por los mejores asientos aunque sea un trayecto de dos minutos,… y los Villancicos.
Ayer volvíamos de casa de unos amigos, que mi familia es muy sociable, y algunos hemos encontrado. El espíritu de mi verdadera familia se concentraba en dos metros cúbicos de espacio, los Villancicos seguían atronando. Por un momento adiviné en la luz de los faros, pequeños copos de nieve, cayendo suavemente. Supongo que la nieve la provocaron los Villancicos, nostalgia.
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