Yo era bastante joven. Las lágrimas de Arias Navarro, presidente del gobierno cuando murió Franco, me impresionaron más bien poco. Años después estaba bastante más orgulloso de mi país después de oír decir a Adolfo Suárez que íbamos a cambiar España. Empezaba a valerme por mí mismo, lleno de ideales y de ganas de, por fin, hacer bien las cosas. Ya pasé mi noche acompañado, mirando las estrellas y sabiendo que algún día podría ofrecérselas a alguien. Me fui de mi casa con dolor pero sabiendo lo que hacía.
Leía de todo, compulsivamente, leía ciencia ficción. Novelas como “La luna es una cruel amante”, “El hombre en el laberinto”, “Mundo anillo”, "En las profundidades" o "Cita con Rama" llenaban y alimentaban mi curiosidad. Pero a quien más leía era a Asimov, un tipo pedante pero que escribía a tanta velocidad, casi, como mi capacidad de lectura.
Casi todos los personajes de sus historias eran humanos, como un Walt Disney humanizando conejos o cualquier otro ser inventado. Incluso intentaba humanizar a los robots, definiendo tres leyes de comportamiento básico que los hiciera inofensivos frente a cualquier ser humano, incluso frente a seres humanos malos, y experimentaba porqué sus tres leyes básicas dejaban de funcionar o, al revés, porque esas tres leyes impedían un funcionamiento correcto del robot.
Una de sus novelas cortas describe el libro como la tecnología más avanzada: baterías inagotables, utilizable en cualquier sitio, se alimenta de luz natural, no requiere de ningún accesorio, apenas pesa, el reproductor de imágenes está incorporado en todas los usuarios y es de uso libre, se puede suspender y reanudar su uso en cualquier momento,…
En otro cuento corto decía que el futuro de la raza humana se encontraba en la Ciencia Ficción, que si leías Ciencia Ficción podías encontrar lo que el ser humano quería ser en el futuro, lo que imaginaba que le haría feliz.
La cita del título es suya, un poco pedante, como él, difícil de aceptar. Es de un personaje, Salvor Hardin, de una novela, “La Fundación”, que debe de tomar una decisión diferente, en contra del criterio generalmente aceptado.
No me ha apasionado más otra serie de novelas hasta que leí “El Señor de los Anillos”. No entiendo como alguien no compra los derechos y lleva al cine la “Trilogía de las Fundaciones”.
El otro día estuve en una reunión de negocios y un amigo mío me recordó la cita. He buscado en mi armario y me he encontrado con el libro, año 77, las páginas amarillentas, todas sueltas, pero me lo he vuelto a leer.
Y me recordó mi juventud, cargada de ideales, y aquel día que yo iba en el coche y por la radio dieron las dos noticias: Asimov acababa de morir y se cumplían 50 años del estreno de “Casablanca”, película que me aprendí casi de memoria en inglés y en castellano. Empezaba a hacerme mayor.
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