El otro día me agarraba a una almohada en una habitación de hotel. Hacía frío, a pesar de estar en República Dominicana, en El Caribe, y es que los aires acondicionados son muy eficaces pero, en general, tremendamente difíciles de ajustar. Afuera caía un diluvio universal asociado al huracán Tomás, que le ganaba la batalla sonora a la máquina de aire acondicionado.
Y en la penumbra, la pregunta profunda de... ¿y qué hago yo aquí?
La vida es un conjunto de escenas, una detrás de otra. Difícilmente nadie puede planificar a medio o largo plazo lo que será de su vida. Seguro, podemos decidir qué hacer a continuación casi siempre, pero la malévola mariposa de Brasil agita sus alas y una vuelta del destino te lleva a una escena imposible de prever, incluso para los más preclaros seres humanos que conocemos y admiramos.
¿Por qué el huracán alteró de repente su rumbo y enfiló hacia el norte para pasar por encima de Haití? ¿En dónde estaba la mariposa que provocó su terremoto?
Sí, siempre nos queda contar escenas de nuestra vida, o recordarla como el abuelo del chiste. El mérito es disfrutar de cualquier cosa, incluso de una máquina de aire acondicionado. El mérito está en descubrir que, si estás ahí, ha sido por la sucesión de escenas que uno mismo se ha labrado. Sentirse orgulloso de las decisiones puntuales y saber que las equivocadas no tienen solución. Creo que es bueno sentirse el dueño de tu vida, aunque a solas con una almohada estés solo, y el sonido de un simple huracán te provoca preguntas estúpidas.
El mundo sigue siendo tozudo, seguimos yendo a su remolque, siempre. Y nos podemos olvidar de las mariposas o pintarlas preciosas, ponerlas de nuestro lado, y saber que, aunque estén muy lejos, en cuanto muevan las alas,…
Hagas lo que hagas !ámalo!, le decía Alfredo a Totó.
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