viernes, 9 de julio de 2010

Cuando yo era pequeño


No sé cuantos años tenía, no se si era un niño o un adolescente, pero ya tenía consciencia o cierta independencia para hacer las cosas por mi mismo, o para recordar estar vivo.

Recuerdo ir al cine a ver Jesucristo SuperStar una película que hasta los curas aceptaban ser compatible con su educación, aunque no entendían el riesgo que estaban corriendo: era peligroso ver las cosas desde más de un punto de vista. O Barry Lyndon, arte con intermedio.

Pero también recuerdo, tal vez antes, una atracción por los dinosaurios. Parece ser una moda pasajera que se renueva cada ciclo de años. Existen empresas de cromos  que periódicamente los sacan al mercado, ya conscientes de las limitaciones y de las ventajas económicas que les reporta. Pero tal vez fue otro niño como yo, Spielberg, que recuperó la moda al hacer Parque Jurásico.

Supongo que estaré confundido de tiempos, pero también recuerdo de esa época mi interés por la polémica del número de pobladores que cabíamos en Tierra. Recuerdo un número, 14.000 millones, número que no hemos alcanzado todavía pero que por extrapolación parecía a punto de llegar. A dónde vamos a parar, nos preguntábamos. Como repartir el agua y los alimentos entre todos, era un reto entonces.

Y el espacio, alimentado por el aterrizaje en la luna, y por el discurso de Kennedy, por el reto que representaba para la humanidad. Creo que todos compartíamos cierta voluntad, o al menos la ilusión. Otra vez tema recurrente y otra vez alguien con los mismos recuerdos, se inventa la Guerra de las galaxias, Lucas, que comparte con 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick, un cierto ánimo de compartir éxitos de la humanidad.

España era en mis recuerdos un país de descubrimientos exteriores. Cosas que éramos incapaces de hacer o tan siquiera de imaginar, descubriendo las razones, explicándolas. La normalidad, la buena forma de hacer las cosas, justificaba no haberlas hecho, no éramos un país normal.

Recuerdo que la tele, mis mayores y el mundo que me rodeaba se admiraba de todo aquello que podía conseguir el ser humano. La TV, la radio, curar el cáncer, llegar a la luna, los  descubrimientos de la prehistoria, el fondo del mar entre libros con fotos que hacían de lo que veíamos solamente una pequeña parte de lo que conocíamos y admirarnos de lo que nos quedaba por descubrir.

Existía una cierta consciencia de ser un ser humano y de compartir con los demás cosas que permitirían mejorar el mundo. Todo se amplificaba por pertenecer a algo idealizado, a lo que nuestro país, si lo conseguía, se iba a incorporar.

También recuerdo la música, que había que conocer, que había que cuidar, que era cara pero que te aportaba cierto glamour personal.

Y qué es lo que ha pasado después. El progreso se ha vuelto pragmático. Lo que sabemos de los dinosaurios y el fondo del mar es casi la misma colección de cromos. Nos  hemos olvidado de la misión y la ilusión por el espacio. Ya es caro. El número de grandes inventos que el ser humano podía producir ha disminuido y nos ha dejado al teléfono móvil y el ordenador personal como estrellas, o a la informática como común denominador, o el dominio del pequeño tamaño.

El Internet, los plásticos, los nuevos materiales no eran inventos esperados, igual que la calidad de vida de Europa, los avances sociales son nada más que una consecuencia, no algo a lo que es necesario dedicar ilusión para descubrir. La TV se ve mejor pero es la misma, eso sí, en color. Los aviones son mejores pero no nos acercan tanto como representó el Concorde. La solidaridad entre humanos existe solamente en las ONG.

Quien más quien menos, sigue poseyendo conocimiento de cosas como la música. Pero ya tenemos en la mano toda la música que oíamos de jóvenes.

Y el conocimiento. Ahora el conocimiento no es selectivo, no te define como un ser mejor o peor. Hoy el conocimiento es una montaña de datos en donde lo importante es saber encontrar lo que buscas.

Y la soledad que nos permitía soñar con el futuro y con nuestras vidas ya no existe. El móvil e Internet nos han hecho compartir geografía y tiempo, estando a un gesto de contactar con cualquiera. Creo que esto nos ha quitado buena parte de nuestra capacidad de soñar.

Ojalá que pudiéramos recuperar aquella consciencia de ser humano, no como nostalgia, sino para volver a sentirnos seres humanos capaces de buscar cosas juntos, establecer ilusiones, creer y crear una ONU.

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