España se ha convertido en un país de pesimistas. Vas en un taxi y la conversación deriva en críticas a quien gobierna y no hace nada. Vas a un restaurante de confianza y el camarero dice lo mismo. Cuando hablo con mi familia, la crítica es contra alguien que no hace nada por remediar la situación. Lees los periódicos que van desde la critica con la acción de gobierno hasta el insulto de la oposición.
No me gusta la política española. Nuestros políticos nacen de la mediocre escuela de unos partidos políticos, unas estructuras enormes y dominantes de la vida pública, que monopolizan el control del país. Los partidos políticos son el único legado negativo que nos dejaron los “padres de la patria”. Desde hace 10 años he votado en blanco: ¡Váyanse todos señores!
La oposición, la alternativa de gobierno, se defiende de su escándalo de corrupción negando, callando o excusándose de que la corrupción no les afecta como partido, sino que afecta a algunos chorizos que pertenecían a su partido. Ahora preguntan porqué un etarra se ha escapado de la justicia irlandesa, o porqué los jueces han liberado a otro etarra en España. Prudencia, esa virtud que han perdido. ¡Cállense!
Y el gobierno se defiende de su inacción, de su falta de ideas, de su falta de liderazgo, con la excusa de la oposición y de la falsa prudencia. Culpables de que España será uno de los últimos países en superar la crisis económica dejando un reguero de 4 millones de parados. !Hagan algo!
Y lo peor que dejo es el pesimismo de la calle, contradictorio con nuestro carácter, contradictorio con la posición que ocupamos como país en el mundo, contradictorio con salir de esta, contradictorio con el éxito increíble de nuestra transición, contradictorio con nuestro carácter positivo, mediterráneo.
Me pregunto qué tenemos que hacer para volver a ser positivos, para aceptar los retos,… ¿Nos falta un pastor? Pues yo creo que no. En nuestra transición hubo varios. Tal vez ahora nos hace falta un detonante, un catalizador, pero entonces lo hicimos entre todos. Tal vez nos sobran los que tenemos.
Mi padre era un firme defensor del esfuerzo personal. Él pensaba que antes que poder hacer algo era necesario querer hacerlo. Que las capacidades y los conocimientos venían después. Lo primero que tenemos que hacer es querer salir, volver a nuestro optimismo, y confiar en el resultado de nuestro propio esfuerzo.
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