La adolescencia, o aborrescencia, es una edad difícil. A poco que hagamos memoria podremos recordar momentos en los que todo pasó, o momentos en los que sufrimos grandes injusticias, o momentos en los que nuestra lucidez abarcaba el futuro entero en un puñado de creencias y conceptos que lo resumían todo.
El paso del tiempo va suavizando las líneas de las opiniones hasta hacerlas compatibles con el entorno que nos rodea y, sin embargo, nuestra cabeza sigue pensando que no hemos cambiado, que seguimos pensando lo mismo.
Recuerdo mis vacaciones en la playa y recuerdo el entorno de amigos, solo recordados durante el curso, pero añorados después de las vacaciones y aquellos ojos azules que eran como un imán, nada había que hacer más que acercarse. Hacer las cosas bien o hacer alguna cosa,… ninguna de las enseñanzas que se me transmitían era más poderosa que aquellos ojos azules que me hacían hacer cosas, no quedarme quieto, que era lo que mi cuerpo pedía.
Ahora, cuando veo a mis hijos, tan seguros de cosas que a mí me revuelven las tripas por no saber como son, porqué son, que significan. “…la policía tiene que responder cuando les tiran un coctel molotov”, decía mi hijo ayer. ¿Cómo explicar la dificultad de entender porqué una pandilla de mocosos hacíamos carreras con los grises no acordándome hoy muy bien para qué? Supongo que cada generación tiene un tiempo de ser adolescente y, al despertar, algo debe de hacer para cambiar el mundo.
Ya llevamos demasiado tiempo en España que las sucesivas generaciones no hacen nada por el mundo. El mundo no lo necesita, ya todo está conseguido, no deberemos de preocuparnos por tener trabajo, ya no tenemos que preocuparnos por el futuro, las injusticias en el mundo quedan muy lejos. Y las nuevas preocupaciones, el cambio climático, la guerra de Irak ¡quedan tan oscuras, tan decididas y escondidas entre los artificiales debates de nuestros políticos!
Ojala surja alguien o algo que mueva los corazones de nuestros jóvenes, de nuestros despertantes de adolescencia. Tenemos que llenar a nuestros hijos de entusiasmo, del entusiasmo que permitirá abordar cualquier causa, justa o no, pero causa al fin, que pueda forjar el espíritu renovador del los jóvenes ex adolescentes que tienen que surgir.
A lo mejor, la crisis en la que vivimos tiene la capacidad de remover consciencias, de germinar inquietudes y todos podamos obtener la savia de una nueva generación que, de nuevo, cambie el mundo.
martes, 27 de octubre de 2009
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